Cuaderno de Nueva Atlántida: Conversaciones con Carlos Lloró (fragmentos)

 

(C) Arturo Borda

1.        Al final la palabra es un promedio entre un grito y el silencio. Si hacemos una escala entre el silencio que es cero y el grito que es diez, la palabra siempre está entre cuatro, cinco. Es un promedio como todo promedio. Y creo que lo que está más lejos de ese promedio, en las artes, en la escritura, es la poesía. Siempre está más cercana al grito -pensando en Ginsberg cuando recita- o al silencio mismo como tal -el silencio de Celan-. Aunque el silencio no exista, pues aunque seas el único ser humano vivo siempre vas a escuchar el sonido de tu corazón o de tu cabeza. Yo a veces estoy enfermo y cuando me acuesto mi cabeza late. Y aunque uno esté sin moverse, de pronto un huesito cruje, como en esta novela, Trilogía de la Guerra[1], donde un tipo que quería escuchar el silencio se va al lugar más apartado y, sin embargo, está lleno de hormiguitas que acarrean una hoja, todo está lleno de sonidos. El lenguaje que uno ocupa es, en realidad, ese software para lo que está fuera del lenguaje: el silencio o el grito [el ruido]. Y uno usa el software para traducir eso a palabra, enunciado, adverbio, pero cuando se apaga ese software queda el silencio o el grito y eso es lo que le da pánico al ser humano. [El lenguaje] es una superficie profunda, pero superficie al fin y al cabo. En cambio lo otro está incompleto y esa incompletud, esa ausencia de que hablamos antes, esa ausencia que da miedo es lo que da sentido: algo falta. Incluso, uno mismo como autor, algo falta y por eso se escribe, pero ojalá nunca sepa uno qué es lo que falta o cuál es la ausencia o qué desapareció. Hay gente que le tiene pánico al silencio [como a la muerte].


 

2.        [José] Lezama Lima es el primer poeta con wifi, conectado a internet; es un programa, un software, una cosa rara. Uno de esos autores que quiero leer para hacer algo, aunque no sé todavía lo que quiero hacer. Ni siquiera sé si un texto escrito, sino más bien cómo llegar a sus operaciones. Tengo la edición Aguilar[2] de los ensayos completos y yo amo las obras completas. Cuando el autor está muerto uno puede leer de verdad. Todo el sentido de lo humano no es más que el sentido de la muerte -aunque suene cliché- de que el tiempo se acaba. Y escribir es el gesto más desgarrado y quizá más hermoso de tener la conciencia de este tiempo que se va a acabar. A veces llega a ser ominoso, porque sabes que te vas a morir y tu libro va a vivir más años que tú. Y el libro en su sentido más pedestre, como objeto material, lo van a heredar tus hijos, tus parientes, y va a pasar cincuenta años de mano en mano, tú vas a estar hecho ni siquiera gusano: hecho polvo. Y ahí te das cuenta de que todo lo que uno va haciendo -la relación con la literatura, con la poesía- es una relación con el tiempo. Por eso quienes tienen la noción de conciencia y trabajan con eso son inmortales. [Jorge Luis] Borges y Lezama Lima son los dos pilares -como Juan Luis [Martínez] y [Pablo] de Rokha en Chile- pero a nivel latinoamericano. Son los dos pivotes de este no tiempo, de esta conciencia. Por caminos antagónicos llegan a los mismos lugares, dan una vuelta tan distinta uno de otro, pero finalmente eso lo hace más hermoso, que siguiendo derroteros tan aparentemente disímiles llegan al mismo punto. Entonces creo que de ellos dos nace un cambio de paradigma. Pero el problema es que se los está leyendo muy monotemáticamente y la academia [la crítica] tiene un poco la culpa al identificarlos con ciertos tópicos. El modo de leer a Lezama Lima y a Borges es leer un modo de conciencia, no un modo de identidad. [Por ejemplo] el barroco está bien, pero el barroco no es una identidad. No es una identidad barroca, es una conciencia [del caos]. Cuando tú lees el trabajo de Borges con las paradojas, no es una identidad, es una conciencia [del vacío].


 

3.        Hace poco estuve con Elicura Chihuailaf, el poeta mapuche, en un encuentro. Todos hablaban de la identidad mapuche y yo le decía a Elicura, si en vez de una identidad mapuche no habría una conciencia mapuche. La identidad está codificada por el Estado, por la genealogía, por la historia, por el tiempo, pero si tú hablas de conciencia mapuche estás viendo otras cosas, como los sueños, los mitos, cosas que no son tangibles. En la conciencia no puede entrar el Estado, no puede allanar la policía o les va a costar tres veces más entrar porque estás creando otro tiempo, otro espacio y ni los tribunales ni nadie puede entrar a una conciencia. En la identidad mapuche, todo lo que sabemos, todos los prejuicios, todo lo codificado, lo normalizado, todo está ahí y es muy fácil agotar como toda identidad. La identidad, por ejemplo, religiosa o de género parecen ser muy fuertes, pero a la vez tú le mueves un palito de fósforo y se derrumban en el sentido más básico. Pero cuando hablas de conciencia sales de tu tiempo, abres otro y ahí no pueden entrar. “Sí”, me decía Elicura, “en verdad yo pienso parecido, pero en vez de conciencia le digo almitud, como de alma”. Entonces uno ve al Estado jugando en una doble posición. Si tú te reconoces como mapuche tienes esos puntos más, pero el Estado ya sabe que eres un “enemigo interno”. Entonces pasan cosas con respecto a cómo nos identificamos, cada uno, en este contexto de que por el bien de la seguridad estemos muy vigilados, controlados y autocontrolados. Esa es la gran caída de los movimientos emancipatorios, identitarios, que olvidan lo más sencillo -que está dicho en la espiritualidad-: el tipo que está frente a ti [el otro] y cuya lucha no es tu lucha [lo otro]. Tenemos pánico al otro. Inventamos un mundo, una sensibilidad también, para identificarlo. Necesitamos la luz para identificarlo. Necesitamos verlo y por eso la civilización de la luz y la ley. Esa imagen de estar en un campo oscuro y ver una sombra moviéndose es el terror absoluto y ese miedo al otro es la guerra.


 

4.        Y justamente la identidad pasa a ser un tema interesante porque si andas sin carnet, por ejemplo, ya tú puedes ser Osama Bin Laden. Si no saben quién eres ya eres peligroso. Si no estás identificado con algo eres peligroso para el sistema. Si el que te está viendo no sabe dónde naciste, no sabe quién es tu familia, no sabe qué estudiaste, no sabe qué te gusta, no sabe tu orientación política, le da susto, le da vértigo no saber. Entonces yo creo que en este momento los desacatos, las rebeldías y las formas de desavenencia social tiene que ver justamente con desidentificarse. Es más peligroso para el sistema que pase un tipo del que no se sabe nada que una marcha con cien mil personas. Un tipo que no sabes qué hace acá, qué desea. Ese es el nuevo [anti]sistema: pone nervioso a un grupo, a una comunidad. Entonces en la Hiperdictadura -y pensando en la literatura- ese desidentificarse significa de algún modo romper la verdad de sí mismo. La identidad, lo idéntico a sí mismo, ese idéntico a sí mismo que es creer tu verdad, creer que somos lo que somos. Con la literatura, el arte y la poesía mientras más ampliamos ese espacio más lo desconocemos. Y mientras más lo desconocemos somos más peligrosos para un sistema que lo único que quiere es achicar nuestro espacio para que seamos lo que ellos quieren que seamos. Entonces esa es la relación de que siempre la literatura, el escritor, el lector ha sido un tipo o una tipa que justamente -ya lo dijo Rimbaud- ese “yo es otro”, siempre está trabajando con ese otro, esa otra cosa afuera. Conecto con ciertos puntos, con otros quizá no, pero con los que me interesa conecto y así se va armando otra malla. La identidad cierra todo, taponea con tablas, con clavos. Por eso el poeta, el artista, en el sentido más amplio y más visionario, es el que saca esas tablas de las ventanas y puede abrir un milímetro esa puerta. Alguien en el futuro saldrá por ahí o entrará, pero abre un nuevo mundo. Y ahí está el peligro para una sociedad de producción, para un dios capitalista, para un mundo del ego en que se monopoliza la realidad.


 

5.        El egoísmo es simplemente gente que quiere desconectarse de los tiempos de otras personas o de los tiempos sociales y quieren tener su propio tiempo, ser su propio Dios. La Torre de Babel no es otra cosa que la posibilidad de conectar todos los tiempos, es decir, las lenguas. La lengua no es más que eso, la lengua son los tiempos. Y cuando el escritor, el poeta, trabaja con la lengua, está descomponiendo un tiempo. En el castellano, por ejemplo, hay trozos de fenicio, de árabe, de quechua, de mapudungun, de etrusco, de mil voces. Las lenguas son las ruinas de nuestros tiempos, de otra civilización, de otras cosmovisiones, de otros sueños, otras pesadillas, otros mitos que se van acumulando en ese río, ese río heracliteano de la lengua. El río de Heráclito no es el tiempo, es la lengua. Y cada escritor crea, como dice Deleuze y Guattari, una lengua extranjera dentro de la propia lengua. Es lo mismo que decir: crear un tiempo dentro de otro tiempo. O es lo mismo que decir: ser un germen de conciencia en medio de este maremágnum de conexiones. De esto mismo hemos estado hablando desde el principio, de esta conciencia que conecta y esa conexión destruye el Imperio de lo real. La conciencia, en el fondo, es un devenir creativo, ver los puntos de conexión [para hacer algo con ellos]. El consciente es el que puede conectar, incluso etimológicamente, de con-ciencia a con-ectar, esa raíz etimológica que los une por más utópica que pueda ser. Consciente es el que conecta. La identidad justamente es la inconsciencia del tipo que desconecta: “yo soy esto, por eso no soy eso”. Y justamente se empantana en un tiempo personal, pequeño, egoísta, minúsculo. El tiempo de la vanidad, el tiempo del yo. Entonces la identidad te fija a un pasado y ese pasado es el yo. La identidad amarra hacia atrás: “yo soy lo que viví, lo que vivieron mis padres, mis abuelos” y se va reproduciendo [sin juicio crítico] como las bacterias. Es parasitaria completamente mientras que la conciencia mira al futuro, te conecta con los otros, va hacia adelante. Mucha gente que cree que lucha por una causa, pero en realidad lo que hace es defender sus prejuicios.


 

6.        Es como la relación entre deseo y necesidad. ¿Necesito esto o solo lo deseo? Si solo lo deseo puedo dejarlo pasar, pero si lo necesito, es de vida o muerte. Por eso uno puede autoevaluar su vida en base a qué necesito y qué deseo. El sistema se basa en el deseo porque el deseo nunca está completo, siempre busca algo más. En cambio, la necesidad se cumple y ya. Necesitas una olla y ahí está la olla. La única manera creo de derrumbar el capitalismo, es volver a la pregunta de la necesidad. Los griegos tenían una palabra para “necesidad”. Después voy a buscar el concepto, que es importante, porque es un concepto que derrumba el capital o al menos lo hace dudar; lo hace trastabillar si uno realmente produjera lo que necesita para consumir incluso en el sentido de la información. [No obstante] las necesidades son tan cambiantes que ahí es donde se equivocan las luchas emancipatorias, al creer que las necesidades son iguales para todos, [es decir], que todos los niños necesitan lo mismo, que todos los homosexuales necesitan lo mismo. Y ahí volvemos al tema de la identidad porque la identidad plantea una necesidad mayoritaria y justamente no lo son. Como la diferencia que yo hago entre amor y ternura. El amor es identidad. Amo lo que me conviene, amo dentro de un parámetro cerrado y es un discurso que requiere de una retribución. Si yo amo es para que alguien también me ame: una relación de producción y reproducción. Un flujo capitalista. Identitario. En cambio, la ternura es un modo de conciencia. Tú puedes tener un gesto con un niño sin conocerlo o cuando estás en un bar llorando, te pasó algo y alguien va y te abraza, tú no sabes qué decir. Entonces la ternura son gestos, pero el amor no, es discurso. Yo soy quien te amo y te envío las flores con mi nombre en la tarjeta para que sepas que soy yo y no otro el que te las envía. En la ternura, en cambio, tú vas pasando, oyes que se le murió la mamá a alguien y sin conocerlo le dices “ánimo”, “estoy contigo”, “lo siento”, y sigues tu camino. No hay nada más. Ese gesto conecta, por eso la ternura es un modo de conciencia. Te pueden llegar mil coronas de flores, pero ese desconocido que pasó y te abrazó es el que produce el milagro de la conciencia, de la conexión. Es, como se diría en el arte, una obra sin inscripción: el ready made de los sentimientos.


 

7.        [Sin embargo] la conciencia [desde la literatura] es una conciencia de la mentira: suspender lo real. Por eso cuando Dios castiga a Adán y Platón echa a los poetas de la polis es, justamente, eso: los que pueden negar, suspender la realidad, son gente peligrosa porque pueden destruir un orden y por eso el castigo a los escritores o a los poetas en especial porque son los que cuestionan lo dado, lo que creíamos era lo natural. Esa va a ser la Nueva Atlántida. Si no existen estos héroes, en el sentido menos heroico, que [hackean] la historia e incluso la civilización esto se va en picada. Entonces, la única función de estas singularidades es esa aunque sea por 45 o 30 segundos o una vida entera, da lo mismo. Lo que le pasó a Adán fue que Dios le dijo “ponle un nombre a las cosas para que te enseñorees sobre ellas”, pero al nombrar algo ya ese algo no es parte del Todo, ya ese Todo es otra cosa y cuando ya es otra cosa le tengo miedo y si le tengo miedo lo puedo matar. Lo que uno hace es un trabajo adánico, como decía Huidobro, en el sentido del pequeño Dios -Adán como un pequeño Dios- solamente por el hecho de que puede permitirle otro tiempo a otra persona. A su hijo, a su descendencia, a todos nosotros nos permitió otro tiempo. [Lo imagino diciendo]: “¿saben qué? Esta es mi herencia a la humanidad: hay otro tiempo. No el tiempo dado. No la prepotencia ni la soberbia de la realidad, del presente [de Dios], sino otro”. Por eso la maldición de Adán y de Caín también es nuestra porque podemos hacerlo. Los animalitos no sé si puedan salirse de su tiempo. Ellos están más cercanos a Dios, viven en el presente, su tiempo es un tiempo único, por eso son sagrados. Después está el asunto del miedo. Estamos rodeados de miedo y el miedo es, justamente, el modo en que estamos controlados. Yo creo que no es la violencia sino, en efecto, es el miedo el que nos tiene agarrados del cuello. Porque la violencia te la ejercen de afuera, pero el miedo es una violencia que ejerce uno contra sí mismo.


 

8.        Cuando Dios en el Génesis, castiga a Adán y Eva por su pecado -que no es la desobediencia sino el pecado de mentir-, y lo condena a él a trabajar con el sudor de su frente y a la mujer a sufrir los dolores de parto, en realidad, está castigando al hombre con la producción y a la mujer con la reproducción. Ese es el castigo de un Dios capitalista. Pensamos en el capitalismo como algo muy contemporáneo, pero, ciertamente, la civilización desde su fundación pasa por ahí. La lucha de Adán es la lucha por la conciencia, de crear un paraíso orgánico: la posibilidad de su propio laboratorio que, por lo demás, somos nosotros. Dijeron que no habían probado de la fruta y sí habían probado. Y en un sistema de orden total el que miente es el que puede crear el arte. Cuando Adán puede mentir, ya Dios no es necesario. Se acaba Dios. Por eso lo echó porque cuando puede mentir, ya tiene conciencia y puede negar la realidad. Cuando Dios dice “hágase la luz” y la luz se hace, eso equivale exactamente a la realidad, a la acción, pero cuando su creación puede mentir entonces toda esa luz, todas esas estrellas del cielo, toda esa arena de los mares se va a la mierda porque se la puede negar. Si Dios pudiera mentir este sería un mundo ideal, perfecto. Quizá a Dios le gustaría mentir, pero está obligado a ser la luz, la verdad y el camino: el Verbo. Entonces no puede tener conciencia de sí, no puede romper el tiempo y eso es lo que hacen Adán y Eva: rompen su tiempo. Dios tenía un tiempo omnipresente, omnipotente. Era un panóptico, pero un panóptico unitemporal. El tiempo de las plantas que crecen, de las bestias, de la naturaleza, era el tiempo de Dios. Un tiempo donde nada puede salirse de su cauce, pero cuando Adán y Eva le mienten crean la conciencia de un tiempo distinto. Cuando uno escribe un poema o un libro se sale del tiempo; el tiempo se detiene, pasan diez horas y pensamos que pasó una. Por un momento vivimos en otro mundo, fuimos con Adán y Eva a comer de su fruto prohibido. El escritor, el poeta, abre una puertita y te muestra que hay cosas posibles. Abre una ventanita y entra un rayo de luz. Esa es la conciencia.


 

9.        Me acordaba del Popol Vuh, de la humedad, de la importancia de la humedad, más incluso que del agua. La misma semilla lo que necesita es la humedad y, sin embargo siempre pensamos en el agua. Entonces, esa imagen de la tierra húmeda que trae uno de la infancia, incluso muy anterior, casi un recuerdo de la especie, de la humanidad, de la infancia de la humanidad, es lo que hace que tenga tanto sentido y te emocione [te haga conectar]. Puede que uno nunca haya olido la tierra húmeda, pero esa sinestesia del olor a tierra húmeda, o del humo, nos recuerda un pasado que cada vez se siente más cerca, casi como un porvenir. Entonces me hace sentido esta imagen de la relación también con el fuego porque al final la civilización es la civilización de la luz. En algún momento cayó un rayo encima de un árbol y un tipo fue y se quemó los dedos o hizo erupción un volcán y en base a domesticar ese fuego se armó nuestro mundo. La civilización no es más que ese fósforo que alguien prendió y todo lo que somos como especie, nuestros grandes logros, todo tiene que ver con ese fuego. Cuando hablo de fuego hablo también de iluminación, de la ley, la lex que es la lux. Somos una civilización de luz. Somos luciérnagas. La ley regula lo que pasa en el día, por ejemplo, y el miedo que le tenemos a la noche también está regulado. Las leyes, en realidad, tienen que ver con la luz, la oscuridad, el mismo arte. Por eso Duchamp habla tanto de lo retiniano, de que el arte está hecho para verlo, para el día y hay otras artes que quizá en su origen fueron pensadas en la noche. La música, por ejemplo. Perfectamente puedo imaginar una escena primigenia en una caverna oscura, donde se escucha una percusión, o el mismo relato, alguien contando un mito, una canción. Todos nuestros miedos, el miedo a la oscuridad, el miedo al frío, a la soledad, tienen que ver con la falta de luz, la falta del fuego. Si uno hiciera el recuento de los miedos del género humano, de todos los continentes, de todos los tiempos, no son más de cuatro o cinco. Los otros todos tienen que ver con la falta de luz, la falta de calor, la falta de seguridad. Entonces, como en general nuestra civilización está hecha sobre la luz, sobre una fuente solar, de ahí los dioses solares.



10.    En la Teogonía de Hesíodo se explica el origen del mundo. Allí se habla del Caos como una personificación que engendra a Gea, Eros, Erebo y se me ocurrió hacer un ejercicio sencillo. Reemplazar “Caos” por Big Bang, que es una cosa que se expande, que no tiene bordes: la descripción griega del Caos es la descripción del Big Bang; la descripción de Gea es la descripción de la materia, [la de Erebo es el espacio/tiempo] y la descripción de Eros es la descripción de la energía, pero eso, en realidad, sucede en todas las mitologías [cosmogonías] y en todas las aproximaciones científicas al asunto del origen. Yo creo que estamos en un momento muy especial a nivel de la civilización. En este siglo XXI, a pesar de que se vea poco grato por fin se unen la ciencia, el arte, la espiritualidad. Van uniéndose, decantándose. Por más que intenten separarlas estamos volviendo quizá al origen, en que todo estaba junto. Entonces hay cada vez más científicos que están leyendo el arte, la mitología, la creatividad y hay más artistas que se están acercando a estos temas científicos. Quizá la Parusía, la venida de este nuevo Cristo, el Mesías de cualquier religión, es un Mesías colectivo que tiene que ver, en vez de con el Espíritu Santo, con el espíritu creativo. Ese fueguito que se le veía a los santos, que se le prendía en el peinado, quizá era el mismo fueguito de un espíritu creativo. Más que un Dios creador, me gusta un dios creativo. Y allí estaría la metáfora, no religiosa, sino espiritual, de la creatividad. Esa fuerza que tienen las personas día a día para cruzar el Mar Rojo, para resistir las siete plagas,  para lo que sea. Entonces nuestra fuerza como humanidad radica en el hecho de ser creativos y ahí se juntan todos estos saberes, ahí está el epicentro. En el fondo, me doy la vuelta larga para decir que la ciencia, el arte, la espiritualidad incluidas la mitología, las matemáticas, la física, se unen en la creatividad. Ese es el punto clave para todo.


 

11.    Es una teoría que tiene que ver con tres etapas como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, pero esas etapas son la cultura, el arte y la creatividad. La cultura es siempre de arriba hacia abajo, una cosa que la política ocupa para sus fines publicitarios, o las instituciones, jerárquicas: un elefante blanco o negro, un concepto paquidérmico, con hepatitis y mira feo. Por su parte, la creatividad es todo lo contrario, se da en todas las personas, siempre sube, fluye, se conecta, es abierta, no jerárquica, no vertical, cariñosa, personalizada, humana. Un diagrama que se amplía y se amplía, siempre renovándose, constante, mientras que la cultura se cierra y se cierra cada vez más. En el punto medio está el arte que, en verdad, tiene un alma un poco puteril porque cuando le conviene está con lo creativo y cuando le conviene está con la cultura entonces está bastante abierta entre una y otra. Quizá este tercer paso, el de la creatividad, no esté representado por un poeta, sino por grupos, comunidades, agenciamientos. La cultura requiere del autor y de una inscripción. Mientras vas avanzando hacia la creatividad hay menos autor, menos aura de autor como autoridad, sino que es un agenciamiento colectivo. Incluso este nuevo sujeto creativo es casi anónimo. Yo creo que la Atlántida se acaba porque su problema fue identificarse, la [soberbia de] una identidad, pero la Nueva Atlántida es un mundo de conciencia, que ya no es un mundo, es un universo, un universo abierto, con la posibilidad de conectarse infinitamente. Y eso es la creatividad en el sentido más hermoso. Quizá algo que tú conectaste en tu época va a conectar con otras cosas de otra época. No tú mismo, pero sí una red de la que tú fuiste parte, o que tú creaste, esa red va a seguir. Como lo que dice la física, que la energía no se acaba, se transforma, es lo mismo. Si tú conectas algo esa red va a seguir por toda la eternidad. Esa es la eternidad.


 

12.    [Imagino] un grupo de Terrorismo Poético que hace lecturas en cajeros automáticos, cosas que nadie ve y que a nadie le importa, pero interrumpen una esclavitud, un código, en realidad, de la sociedad de control. Cuando el guardia ve en la cámara a un pobre tipo leyendo poemas al lado del cajero se preguntará, ¿qué es esto?, ¿qué está pasando acá? [Ciertamente] el terrorista es el que aparece y nadie sabe de dónde viene, qué quiere, qué trae en el bolso el que no tiene lenguaje. Entonces no sé quién es, nunca lo he visto, no sé qué cree, qué le gusta. Lo que produce lo real es lo que yo puedo unir. Si aparece un fantasma digo que es un fantasma y ahí lo uní [al lenguaje], pero si pasa algo extraño, que no sabemos qué es ¿cómo lo unimos? [¿a qué?] Y ahí comienza el miedo, la paranoia, la guerra. Por eso el arte puede ayudar a la paz porque puede unir cosas que en otro contexto no están amalgamadas en el día a día. Lo que hace el arte es unir, en ese hilo, cosas que en el mundo real no están unidas y, en ese sentido, cohesiona un poco la idea de mundo, lo amplía, que no es solamente el levantarse, la ropa, el reloj, la comida y el auto. Agranda el mundo. Todo lo que conecte cosas con cosas para mí es algo que está bien. Estos son microespacios de intervención en que no hay ego sino gestos. Si la cultura crea obra, la creatividad crea gestos. Gestos incluso anónimos, que nadie ve. Hacer un dibujo en la playa como hizo Jesucristo -y quizá sea su imagen más bonita-. Escribir en la arena luego llega el mar y borra lo que escribió sin que nadie sepa lo que escribió el Cristo en la arena. Quizá sea el gesto más conmovedor: el comienzo de un nuevo Evangelio. Sin tanta hazaña y sin tanto drama. Ese gesto de Sócrates, de Diógenes, es un gesto filosófico, sin pretensión, sin nada. La gente de la creatividad [crítica] está conectada con hacer cosas que da lo mismo su nombre, da lo mismo si los ven o no. Pequeños gestos cuasi secretos que se conectan de algún modo y por ahí va el asunto.


 

13.    Me acordé de un amigo fotógrafo [Robin Canul] que conocí en el sur de México y que hizo una exposición solamente de rostros. Fragmentos de rostros de personas que vivieron hace cincuenta años, otros que vivieron en 1901 y fotos que tomó en 2010. Gentes que vivieron con cien años de diferencia. El montaje de ese collage fotográfico creó seres humanos que quizá la misma naturaleza todavía no crea. Entonces vemos cómo incluso en el arte se puede construir un futuro o inventar un pasado -como esas ruinas imaginarias- que me hace mucho sentido. Se trata de cómo despresentamos el propio presente, cómo podemos conciliar la pelea que tiene uno con los poderes de turno, con los demonios, con las musas, con esa otra pelea que libramos contra el tiempo, porque la pelea de fondo es un diálogo con el tiempo y cuando digo tiempo hablo del infinito, de la muerte, del Big Bang. [La pregunta es] cómo convierto una obra en una operación. El ready made y la performance hacen esa transfusión de obra a operación. Son operaciones creativas. Desarman justamente la cultura, el arte y la utilidad, las convierten en operaciones, en agenciamientos. Lo desidentificas. No lo intervienes, no lo violentas: lo sacas de su tiempo. El tiempo de un urinario en un baño es un tiempo de baño, pero en una galería de arte tiene otro y el modo de detener el aura de la obra artística es, justamente, sacarle del tiempo. El aura es el tiempo. Sería bonito que cada siglo decidiera cual va a ser su testamento. Entonces llevaríamos ya veinte testamentos desde Cristo hasta ahora y ahí pueden estar el Corán, la Divina Comedia. Yo creo que en un futuro, cuando estemos en Marte, o no sé dónde, va a haber que inventar un nuevo Evangelio porque el Evangelio es un orden sobre un principio y un fin [una cosmovisión]. Y eso ya hace que sea sagrado, como el Génesis [una cosmogonía] porque comienza con este laboratorio, con esta gente a la que se le prohíbe mentir y, sin embargo lo hace, hasta el final en el que es tanto que Dios decide destruirlos a todos.


 

14.    La forma de desenmascarar una institución o de develarla es viendo su punto de anclaje en lo real. El poder se encripta justamente en el tiempo. Eso es lo que le da valor a una obra de arte. Si fue hecha en 1815 ya tiene un valor aunque sea una basura. Un cuadrito con un bote al tener cien años ya posee un valor. Y justamente lo que hacen las instituciones y el poder, en general, es administrar el tiempo. El esclavo en general es quien no maneja su propio tiempo. La gente quisiera trabajar de lunes a miércoles y después irse con sus hijos a casa, pero no pueden. Entonces cuando uno transa con esa sugestión del tiempo, uno es esclavo. Y a la esclavitud le decimos rutina, pero eso es un eufemismo. No es rutina, es esclavitud. La esclavitud del tiempo. Por eso este Dios del Viejo Testamento lo que hace es la historia del tiempo, la historia del tiempo de un pueblo: de cómo ese pueblo lucha contra su tiempo y cómo, en realidad, la Tierra Prometida, el Paraíso, es el tiempo infinito. Esa es la gran promesa de Dios y ese Paraíso que se le ofrece al ser humano es, en efecto, el lugar donde Dios quisiera vivir. Lo más potente de todo esto es pensar cómo intervenir el pasado, cómo lo desarticulamos y esa batalla la está ganando la ciencia, las teorías cuánticas, que nos gustan tanto, están desmantelando el pasado [el origen]. El pasado es el yo y el futuro son los otros. La gente que está pegada en el pasado se mantiene solo en relación consigo misma, pero cuando uno piensa en el futuro se representa a la humanidad, a los otros. Uno no se piensa solo a sí mismo en el futuro, en el Gran Futuro. Es imposible. Entonces cuando tú quieres intervenir tu yo vuelves al pasado. Las novelas que hablan del pasado, sean las que sean, en realidad, están dialogando con el propio yo. Todas las novelas “futuristas” están dialogando con un lector o un espectador plural, no personalizado. Cuando uno escribe siempre hay algo biográfico ahí pero al escribirlo, lo está convirtiendo al futuro, para lectores que uno no conoce, con este tiempo que no pertenece que es una creación colectiva. La idea no tan solo es ser muchos, sino que poder visualizar cuántos y qué pueden llegar a hacer. Encontrarte contigo mismo, mediante lo que escribiste, en el futuro. 


 

15.    Siento que lo perdido tiene otro tiempo o se encuentra en otro tiempo. Yo viví en mi casa de Recoleta hasta los 22 que me atropellaron y de ahí me fui a Lastarria donde ahora vivo. Recuerdo que cuando estábamos preparando el cambio tenía una maleta que me había regalado mi abuelo. Estaba llena de dibujos, obras de teatro, poemas, novelas, mil cosas [escritas por un niño loco]. Lo guardé ahí pensando que cuando llegara a la casa nueva los iba a transcribir. Mientras estábamos esperando el camión, llegó un primo, vio la maleta y dijo: “ah, son papeles” y los botó a la basura. Toda mi vida anterior estaba ahí. Esa maleta era mi casa anterior. Entonces, cuando llegué a mi casa nueva llegué sin nada. De hecho yo le decía “la cajita” a ese maletín. Me gustaría hacer un maletín y que todo lo que he escrito sirva para recomponer ese que perdí a los veinte. Sería como recuperarlo a los cuarenta. Reconstruirlo. Lo que se pierde es parte de la obra, parte de un orden mayor. Yo siento que a partir de mis libros de poesía no se podría reconstruir una historia mía, pero en Buenas noches luciérnagas la sensación de desgaste de esa función del autor me convirtió a mí en un fantasma. El libro tiene más vida que yo en este momento. Siempre me sentí un sistema solar, digámoslo así, y creé un agujero negro que es este libro. Un agujero negro que está empezando a absorber espacio-tiempo alrededor de mí. Es como una crónica, en el sentido de que la crónica es la escritura de la desaparición. Uno escribe sobre lo que está desapareciendo, lo que va a desaparecer o lo que ha desaparecido. Entonces es como un libro de muerte y de muertos. También el libro es un ready made. Hay mil contraseñas duchampianas como cuando digo “me desnudo entrando al baño” que es un guiño a Desnudo bajando la escalera. Está lleno de [gestos] así. Para mí, todo el libro es una operación conceptual. Todos los materiales -no le digo textos, le digo materiales- son una pura operación conceptual. Yo no lo veo como algo literario. Lo que yo quise, para mis adentros, fue hacer un ready made y como trabajo con escritura, es un ready made escritural.


 

16.    Por otro lado, hace poco decía, medio en broma, que uno se imagina que el poeta está en el palacio de marfil, en las nubes, pero, en realidad, es el que tiene los pies más en la tierra porque es el que recibe menos de todos los escritores entonces es el que tiene más conciencia de cuánto cuesta el kilo de pan. Tiene una relación extraña con las cosas, una relación de pérdida. Por eso yo creo de algún modo que la poesía ha sido castigada no solo económicamente, sino que también en espacios de representación o cuando hay eventos literarios más amplios. Hay una cuota de desacato solo en ese gesto. Son detalles muy chicos, pero muy significativos del rol de estos sujetos, estos bichos humanos que son los poetas, que circulan por las ciudades, por los jardines, como estas luciérnagas; cuando es de día, pasan desapercibidas, pero de noche empieza su brillo. Lo que hablaba de esta cosa de estar fuera de la identidad, de que no sabemos de dónde viene alguien, qué es, eso aplicado a un espacio es la “ruina” y pienso ahora en esta época de constructoras, de inmobiliaria. Para ellos todo es ruina, en el sentido de que una manzana de edificios antiguos hay que eliminarla, entonces la ruina tiene una relación súper tensa con el capitalismo, con el mercado. En el caso de la poesía uno se pregunta: ¿Por qué se siguen reeditando, por ejemplo, Los gemidos en vez de otros libros? Entonces veo ahí una relación de ese espacio sin identidad -entre comillas- de la ruina, que es un espacio recortado y problemático para el Estado, para la economía. Es incómodo porque es como un país dentro de un país, una cajita y esa cajita no se puede sacar, no se puede botar. Esa cajita está en la casa y la puedes mover de allá para acá, pero no la puedes sacar de la casa. [Por cierto] el líquido con que se prende [la luciérnaga] se llama “luciferina”, eso es bonito. El poeta con su luciferinez, actúa y ya todo cambió, entonces creo que ese es un poco el modo en que está pensado el libro, es como ese escenario entomológico de bichitos.


 

17.    A veces se piensa que el talento tiene que ver con la capacidad intelectual, pero yo creo que es algo más básico: la capacidad de ver y escuchar. En el libro lo pensé así, quería que se escuchara más gente, una conversación de cientos de [autores]. Yo los invito a mi casa para que conversen y eso es lo abierto de la ruina. Es como concentrar un aleph, un pequeño espacio donde todo mi mundo literario, todo lo que yo pueda leer, ver, imaginar, pensar, está ahí. Entonces la sensación que tengo de la realidad ya no es real, pues estoy siendo absorbido por el libro, esa sensación de vacío, por lo que quiero un orden en lo real para resistir un poco el agujero negro de allí dentro. Mi universo está ahí. Las cuatro constantes de mi universo están allí. Entonces yo creo que eso responde a un fenómeno más general que es un poco el desgaste de la ficción, de la literatura como literatura, [del tiempo real]. Podríamos hablar de la conexión de la tradición poética chilena con este presente infinito. Cuando escribo está De Rokha presente ahí también, lo haya leído o no, tenga influencia en mi escritura o no, es mi contemporáneo. Todo esto lo pienso como la reencarnación de una civilización perdida, en el sentido de que cada vez que uno escribe, la Atlántida se recupera un poquito, se reactualiza. De algún modo, la Atlántida es nuestro inconsciente. Esta humanidad tiene a la Atlántida muy escondida, pero de ahí nace todo. Los grandes descubrimientos, su propia catástrofe, una civilización que se formó con distinta gente que llegó a ese lugar e hicieron una gran civilización, con muchos avances, muchos logros, en todas las áreas, -científica, artística-, pero luego se fueron a la mierda. Ese mito aparece desde Platón, está desde siempre, en realidad, es el resumen de la humanidad y nos hemos demorado más de dos mil años en asumir que ese mito, en efecto, es el inconsciente humano. [También una profecía]. Todos sabemos que ese es nuestro destino: la Atlántida. Así como hubo una Nueva España, nosotros somos la Nueva Atlántida. Esos mitos colectivos rompen el presente, el pasado y el futuro y al escribir tengo esa sensación de que estamos viviendo los últimos momentos de la Atlántida.


 

18.    Entonces es pensar el pasado como un espacio y esa filtración entre tiempo y espacio no es un lugar, es un tiempo [literario]. De hecho, en OIIII, la historia del libro es que estamos en una época sin tiempo, pero del futuro quizá, en el cual alguien encuentra en unas ruinas, un USB y cree, por ejemplo, que el texto de Los colores y papá es una obra de Sófocles. En el libro sale una explicación de cómo se encontró ese texto y que, en realidad, es la Orestíada de Sófocles y que el Canto General de Neruda se llamó Debajo de la Lengua y la Divina Comedia es La Divina Revelación. Eso ocurre en un tiempo que es más bien un espacio. Y bueno, el libro se llama O -por oikos- que en Grecia era una pequeña unidad administrativa. Ítaca era un oikos, no un demos. Es la medida de lo que un solo hombre puede administrar. El demos es más grande. El oikos puede ser un solar, una parcela. Como en Ítaca, los pretendientes de Penélope eran trabajadores de Ulises, vivían ahí. De oikos nace la palabra “economía”, la palabra “ecología” y se refiere a cómo administra uno los recursos. Entonces O es por oikos y IIII [4] por Atlántida y en el libro sale un mapa que hice de ella. Ese es, en realidad, el tema del libro: que la Atlántida no es un continente perdido sino un mundo encontrado. En esa Atlántida el que encuentra todo eso es el que cree que mi libro es el Canto General y lo otro es de Sófocles, etc. A los 19 años, cuando tomé esta decisión de ser poeta, la segunda cosa que me dije es que quería hacer una sola obra. No quería juntar libros que no tuvieran que ver unos con otros, sino hacer solo tres libros que fueran una sola cosa en diferentes tiempos, como si cada libro fuera escrito por un autor diferente. Entonces son tres trilogías [que conforman el Proyecto ION]. Cada libro de la trilogía son tres libros y cada libro son tres sublibros y cada sublibro tiene tres partes y cada parte tiene tres subpartes y cada subparte tiene tres apartados y cada apartado tiene tres infrapárrafos y cada infrapárrafo tiene tres pseudoestrofas y cada pseudoestrofa tiene tres nanolíneas... Es la conciencia del fin del tiempo. Una suspensión.


 

19.    Nosotros tenemos escondida nuestra Atlántida muy en el fondo porque sabemos lo que va a pasar. Lo sabe cada persona en su vida cotidiana, y también cada país, cada civilización, pero no queremos sacarlo afuera y con los poemas, con la escritura, con la literatura en general estamos descubriendo la Atlántida. A través de esas tablillas de barro que en este caso serán conchitas talladas, máquinas o esos USB del pasado que en, realidad, son del futuro. Yo cada vez pienso más que uno no descubre un mundo, sino que encuentra un continente. Todo esto que estamos hablando es la gran metáfora de la conciencia. De cómo tenemos zonas perdidas, escondidas o no encontradas y mediante un trabajo de bioarqueología las pasamos a un estado consciente. Eso es la Atlántida, eso es la escritura, eso es la conciencia en todas sus acepciones. Lo que en el Libro de los Muertos se menciona como la aparición del día, de la luz, pasar de lo oscuro a esa luz que es la del Big Bang o del último fotón que existirá, una luz que, en realidad, es el tránsito del caos al cosmos, de la noche al día. Entonces la poesía chilena da la sensación de una gran noche, pero una noche que se acaba y da paso a un nuevo amanecer. Ese amanecer es otro mundo. Una Nueva Atlántida.

 



[1] Fernández Mallo, Agustín. Trilogía de la guerra. Barcelona: Seix Barral, 2018.

[2] Lezama Lima, José. Obras completas. Tomo II. Ensayos/cuentos. Ciudad de México: Aguilar, 1977.

 



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