Cuaderno de Nueva Atlántida: Conversaciones con Carlos Lloró (fragmentos)
1.
Al final
la palabra es un promedio entre un grito y el silencio. Si hacemos una escala
entre el silencio que es cero y el grito que es diez, la palabra siempre está
entre cuatro, cinco. Es un promedio como todo promedio. Y creo que lo que está
más lejos de ese promedio, en las artes, en la escritura, es la poesía. Siempre
está más cercana al grito -pensando en Ginsberg cuando recita- o al silencio
mismo como tal -el silencio de Celan-. Aunque el silencio no exista, pues
aunque seas el único ser humano vivo siempre vas a escuchar el sonido de tu
corazón o de tu cabeza. Yo a veces estoy enfermo y cuando me acuesto mi cabeza
late. Y aunque uno esté sin moverse, de pronto un huesito cruje, como en esta
novela, Trilogía de la Guerra[1],
donde un tipo que quería escuchar el silencio se va al lugar más apartado y,
sin embargo, está lleno de hormiguitas que acarrean una hoja, todo está lleno
de sonidos.
El lenguaje que uno ocupa es, en realidad, ese software para lo que está fuera
del lenguaje: el silencio o el grito [el ruido]. Y uno usa el software para
traducir eso a palabra, enunciado, adverbio, pero cuando se apaga ese software
queda el silencio o el grito y eso es lo que le da pánico al ser humano. [El
lenguaje] es una superficie profunda, pero superficie al fin y al cabo. En
cambio lo otro está incompleto y esa incompletud, esa ausencia de que hablamos
antes, esa ausencia que da miedo es lo que da sentido: algo falta. Incluso, uno
mismo como autor, algo falta y por eso se escribe, pero ojalá nunca sepa uno
qué es lo que falta o cuál es la ausencia o qué desapareció. Hay gente que le
tiene pánico al silencio [como a la muerte].
2.
[José] Lezama Lima es el primer poeta con wifi,
conectado a internet; es un programa, un software, una cosa rara. Uno de esos
autores que quiero leer para hacer algo, aunque no sé todavía lo que quiero
hacer. Ni siquiera sé si un texto escrito, sino más bien cómo llegar a sus
operaciones. Tengo la edición Aguilar[2]
de los ensayos completos y yo amo las obras completas. Cuando el autor está
muerto uno puede leer de verdad. Todo el sentido de lo humano no es más que el
sentido de la muerte -aunque suene cliché- de que el tiempo se acaba. Y
escribir es el gesto más desgarrado y quizá más hermoso de tener la conciencia
de este tiempo que se va a acabar. A veces llega a ser ominoso, porque sabes
que te vas a morir y tu libro va a vivir más años que tú. Y el libro en su
sentido más pedestre, como objeto material, lo van a heredar tus hijos, tus
parientes, y va a pasar cincuenta años de mano en mano, tú vas a estar hecho ni
siquiera gusano: hecho polvo. Y ahí te das cuenta de que todo lo que uno va
haciendo -la relación con la literatura, con la poesía- es una relación con el
tiempo. Por eso quienes tienen la noción de conciencia y trabajan con eso son
inmortales. [Jorge Luis] Borges y Lezama Lima son los dos pilares -como Juan
Luis [Martínez] y [Pablo] de Rokha en Chile- pero a nivel latinoamericano. Son
los dos pivotes de este no tiempo, de esta conciencia. Por caminos antagónicos
llegan a los mismos lugares, dan una vuelta tan distinta uno de otro, pero
finalmente eso lo hace más hermoso, que siguiendo derroteros tan aparentemente
disímiles llegan al mismo punto. Entonces creo que de ellos dos nace un cambio
de paradigma. Pero el problema es que se los está leyendo muy monotemáticamente
y la academia [la crítica] tiene un poco la culpa al identificarlos con ciertos
tópicos. El modo de leer a Lezama Lima y a Borges es leer un modo de
conciencia, no un modo de identidad. [Por ejemplo] el barroco está bien, pero
el barroco no es una identidad. No es una identidad barroca, es una conciencia
[del caos]. Cuando tú lees el trabajo de Borges con las paradojas, no es una
identidad, es una conciencia [del vacío].
3.
Hace poco estuve con Elicura Chihuailaf,
el poeta mapuche, en un encuentro. Todos hablaban de la identidad mapuche y yo
le decía a Elicura, si en vez de una identidad mapuche no habría una conciencia
mapuche. La identidad está codificada por el Estado, por la genealogía, por la
historia, por el tiempo, pero si tú hablas de conciencia mapuche estás viendo
otras cosas, como los sueños, los mitos, cosas que no son tangibles. En la
conciencia no puede entrar el Estado, no puede allanar la policía o les va a
costar tres veces más entrar porque estás creando otro tiempo, otro espacio y
ni los tribunales ni nadie puede entrar a una conciencia. En la identidad
mapuche, todo lo que sabemos, todos los prejuicios, todo lo codificado, lo
normalizado, todo está ahí y es muy fácil agotar como toda identidad. La
identidad, por ejemplo, religiosa o de género parecen ser muy fuertes, pero a
la vez tú le mueves un palito de fósforo y se derrumban en el sentido más
básico. Pero cuando hablas de conciencia sales de tu tiempo, abres otro y ahí
no pueden entrar. “Sí”, me decía Elicura, “en verdad yo pienso parecido, pero
en vez de conciencia le digo almitud,
como de alma”. Entonces uno ve al Estado jugando en una doble posición. Si tú
te reconoces como mapuche tienes esos puntos más, pero el Estado ya sabe que
eres un “enemigo interno”. Entonces pasan cosas con respecto a cómo nos
identificamos, cada uno, en este contexto de que por el bien de la seguridad
estemos muy vigilados, controlados y autocontrolados. Esa es la gran caída de
los movimientos emancipatorios, identitarios, que olvidan lo más sencillo -que
está dicho en la espiritualidad-: el tipo que está frente a ti [el otro] y cuya
lucha no es tu lucha [lo otro]. Tenemos pánico al otro. Inventamos un mundo,
una sensibilidad también, para identificarlo. Necesitamos la luz para
identificarlo. Necesitamos verlo y por eso la civilización de la luz y la ley.
Esa imagen de estar en un campo oscuro y ver una sombra moviéndose es el terror
absoluto y ese miedo al otro es la guerra.
4.
Y justamente la identidad pasa a ser un
tema interesante porque si andas sin carnet, por ejemplo, ya tú puedes ser
Osama Bin Laden. Si no saben quién eres ya eres peligroso. Si no estás
identificado con algo eres peligroso para el sistema. Si el que te está viendo
no sabe dónde naciste, no sabe quién es tu familia, no sabe qué estudiaste, no
sabe qué te gusta, no sabe tu orientación política, le da susto, le da vértigo
no saber. Entonces yo creo que en este momento los desacatos, las rebeldías y
las formas de desavenencia social tiene que ver justamente con
desidentificarse. Es más peligroso para el sistema que pase un tipo del que no
se sabe nada que una marcha con cien mil personas. Un tipo que no sabes qué
hace acá, qué desea. Ese es el nuevo [anti]sistema: pone nervioso a un grupo, a
una comunidad. Entonces en la Hiperdictadura -y pensando en la literatura- ese
desidentificarse significa de algún modo romper la verdad de sí mismo. La
identidad, lo idéntico a sí mismo, ese idéntico a sí mismo que es creer tu
verdad, creer que somos lo que somos. Con la literatura, el arte y la poesía
mientras más ampliamos ese espacio más lo desconocemos. Y mientras más lo
desconocemos somos más peligrosos para un sistema que lo único que quiere es
achicar nuestro espacio para que seamos lo que ellos quieren que seamos.
Entonces esa es la relación de que siempre la literatura, el escritor, el lector
ha sido un tipo o una tipa que justamente -ya lo dijo Rimbaud- ese “yo es otro”,
siempre está trabajando con ese otro, esa otra cosa afuera. Conecto con ciertos
puntos, con otros quizá no, pero con los que me interesa conecto y así se va
armando otra malla. La identidad cierra todo, taponea con tablas, con clavos.
Por eso el poeta, el artista, en el sentido más amplio y más visionario, es el
que saca esas tablas de las ventanas y puede abrir un milímetro esa puerta.
Alguien en el futuro saldrá por ahí o entrará, pero abre un nuevo mundo. Y ahí
está el peligro para una sociedad de producción, para un dios capitalista, para
un mundo del ego en que se monopoliza la realidad.
5.
El egoísmo es simplemente gente que quiere
desconectarse de los tiempos de otras personas o de los tiempos sociales y
quieren tener su propio tiempo, ser su propio Dios. La Torre de Babel no es
otra cosa que la posibilidad de conectar todos los tiempos, es decir, las
lenguas. La lengua no es más que eso, la lengua son los tiempos. Y cuando el
escritor, el poeta, trabaja con la lengua, está descomponiendo un tiempo. En el
castellano, por ejemplo, hay trozos de fenicio, de árabe, de quechua, de
mapudungun, de etrusco, de mil voces. Las lenguas son las ruinas de nuestros
tiempos, de otra civilización, de otras cosmovisiones, de otros sueños, otras
pesadillas, otros mitos que se van acumulando en ese río, ese río heracliteano
de la lengua. El río de Heráclito no es el tiempo, es la lengua. Y cada escritor
crea, como dice Deleuze y Guattari, una lengua extranjera dentro de la propia
lengua. Es lo mismo que decir: crear un tiempo dentro de otro tiempo. O es lo
mismo que decir: ser un germen de conciencia en medio de este maremágnum de
conexiones. De esto mismo hemos estado hablando desde el principio, de esta
conciencia que conecta y esa conexión destruye el Imperio de lo real. La
conciencia, en el fondo, es un devenir creativo, ver los puntos de conexión
[para hacer algo con ellos]. El consciente es el que puede conectar, incluso
etimológicamente, de con-ciencia a con-ectar, esa raíz etimológica que los une
por más utópica que pueda ser. Consciente es el que conecta. La identidad
justamente es la inconsciencia del tipo que desconecta: “yo soy esto, por eso no
soy eso”. Y justamente se empantana en un tiempo personal, pequeño, egoísta,
minúsculo. El tiempo de la vanidad, el tiempo del yo. Entonces la identidad te
fija a un pasado y ese pasado es el yo. La identidad amarra hacia atrás: “yo
soy lo que viví, lo que vivieron mis padres, mis abuelos” y se va reproduciendo
[sin juicio crítico] como las bacterias. Es parasitaria completamente mientras que
la conciencia mira al futuro, te conecta con los otros, va hacia adelante. Mucha
gente que cree que lucha por una causa, pero en realidad lo que hace es
defender sus prejuicios.
6.
Es como la relación entre deseo y
necesidad. ¿Necesito esto o solo lo deseo? Si solo lo deseo puedo dejarlo
pasar, pero si lo necesito, es de vida o muerte. Por eso uno puede autoevaluar
su vida en base a qué necesito y qué deseo. El sistema se basa en el deseo
porque el deseo nunca está completo, siempre busca algo más. En cambio, la
necesidad se cumple y ya. Necesitas una olla y ahí está la olla. La única
manera creo de derrumbar el capitalismo, es volver a la pregunta de la
necesidad. Los griegos tenían una palabra para “necesidad”. Después voy a
buscar el concepto, que es importante, porque es un concepto que derrumba el
capital o al menos lo hace dudar; lo hace trastabillar si uno realmente
produjera lo que necesita para consumir incluso en el sentido de la
información. [No obstante] las necesidades son tan cambiantes que ahí es donde
se equivocan las luchas emancipatorias, al creer que las necesidades son
iguales para todos, [es decir], que todos los niños necesitan lo mismo, que
todos los homosexuales necesitan lo mismo. Y ahí volvemos al tema de la
identidad porque la identidad plantea una necesidad mayoritaria y justamente no
lo son. Como la diferencia que yo hago entre amor y ternura. El amor es
identidad. Amo lo que me conviene, amo dentro de un parámetro cerrado y es un
discurso que requiere de una retribución. Si yo amo es para que alguien también
me ame: una relación de producción y reproducción. Un flujo capitalista.
Identitario. En cambio, la ternura es un modo de conciencia. Tú puedes tener un
gesto con un niño sin conocerlo o cuando estás en un bar llorando, te pasó algo
y alguien va y te abraza, tú no sabes qué decir. Entonces la ternura son
gestos, pero el amor no, es discurso. Yo soy quien te amo y te envío las flores
con mi nombre en la tarjeta para que sepas que soy yo y no otro el que te las
envía. En la ternura, en cambio, tú vas pasando, oyes que se le murió la mamá a
alguien y sin conocerlo le dices “ánimo”, “estoy contigo”, “lo siento”, y
sigues tu camino. No hay nada más. Ese gesto conecta, por eso la ternura es un
modo de conciencia. Te pueden llegar mil coronas de flores, pero ese
desconocido que pasó y te abrazó es el que produce el milagro de la conciencia,
de la conexión. Es, como se diría en el arte, una obra sin inscripción: el ready made de los sentimientos.
7.
[Sin embargo] la conciencia [desde la
literatura] es una conciencia de la mentira: suspender lo real. Por eso cuando
Dios castiga a Adán y Platón echa a los poetas de la polis es, justamente, eso: los que pueden negar, suspender la
realidad, son gente peligrosa porque pueden destruir un orden y por eso el
castigo a los escritores o a los poetas en especial porque son los que cuestionan
lo dado, lo que creíamos era lo natural. Esa va a ser la Nueva Atlántida. Si no
existen estos héroes, en el sentido menos heroico, que [hackean] la historia e
incluso la civilización esto se va en picada. Entonces, la única función de
estas singularidades es esa aunque sea por 45 o 30 segundos o una vida entera,
da lo mismo. Lo que le pasó a Adán fue que Dios le dijo “ponle un nombre a las
cosas para que te enseñorees sobre ellas”, pero al nombrar algo ya ese algo no
es parte del Todo, ya ese Todo es otra cosa y cuando ya es otra cosa le tengo
miedo y si le tengo miedo lo puedo matar. Lo que uno hace es un trabajo
adánico, como decía Huidobro, en el sentido del pequeño Dios -Adán como un
pequeño Dios- solamente por el hecho de que puede permitirle otro tiempo a otra
persona. A su hijo, a su descendencia, a todos nosotros nos permitió otro
tiempo. [Lo imagino diciendo]: “¿saben qué? Esta es mi herencia a la humanidad:
hay otro tiempo. No el tiempo dado. No la prepotencia ni la soberbia de la
realidad, del presente [de Dios], sino otro”. Por eso la maldición de Adán y de
Caín también es nuestra porque podemos hacerlo. Los animalitos no sé si puedan
salirse de su tiempo. Ellos están más cercanos a Dios, viven en el presente, su
tiempo es un tiempo único, por eso son sagrados. Después está el asunto del
miedo. Estamos rodeados de miedo y el miedo es, justamente, el modo en que
estamos controlados. Yo creo que no es la violencia sino, en efecto, es el
miedo el que nos tiene agarrados del cuello. Porque la violencia te la ejercen
de afuera, pero el miedo es una violencia que ejerce uno contra sí mismo.
8.
Cuando Dios en el Génesis, castiga
a Adán y Eva por su pecado -que no es la desobediencia sino el pecado de
mentir-, y lo condena a él a trabajar con el sudor de su frente y a la mujer a
sufrir los dolores de parto, en realidad, está castigando al hombre con la
producción y a la mujer con la reproducción. Ese es el castigo de un Dios
capitalista. Pensamos en el capitalismo como algo muy contemporáneo, pero,
ciertamente, la civilización desde su fundación pasa por ahí. La lucha de Adán
es la lucha por la conciencia, de crear un paraíso orgánico: la posibilidad de
su propio laboratorio que, por lo demás, somos nosotros. Dijeron que no habían
probado de la fruta y sí habían probado. Y en un sistema de orden total el que
miente es el que puede crear el arte. Cuando Adán puede mentir, ya Dios no es
necesario. Se acaba Dios. Por eso lo echó porque cuando puede mentir, ya tiene
conciencia y puede negar la realidad. Cuando Dios dice “hágase la luz” y la luz
se hace, eso equivale exactamente a la realidad, a la acción, pero cuando su
creación puede mentir entonces toda esa luz, todas esas estrellas del cielo,
toda esa arena de los mares se va a la mierda porque se la puede negar. Si Dios
pudiera mentir este sería un mundo ideal, perfecto. Quizá a Dios le gustaría
mentir, pero está obligado a ser la luz, la verdad y el camino: el Verbo. Entonces
no puede tener conciencia de sí, no puede romper el tiempo y eso es lo que
hacen Adán y Eva: rompen su tiempo. Dios tenía un tiempo omnipresente,
omnipotente. Era un panóptico, pero un panóptico unitemporal. El tiempo de las
plantas que crecen, de las bestias, de la naturaleza, era el tiempo de Dios. Un
tiempo donde nada puede salirse de su cauce, pero cuando Adán y Eva le mienten
crean la conciencia de un tiempo distinto. Cuando uno escribe un poema o un
libro se sale del tiempo; el tiempo se detiene, pasan diez horas y pensamos que
pasó una. Por un momento vivimos en otro mundo, fuimos con Adán y Eva a comer
de su fruto prohibido. El escritor, el poeta, abre una puertita y te muestra
que hay cosas posibles. Abre una ventanita y entra un rayo de luz. Esa es la
conciencia.
9.
Me acordaba del Popol Vuh, de la humedad, de la
importancia de la humedad, más incluso que del agua. La misma semilla lo que
necesita es la humedad y, sin embargo siempre pensamos en el agua. Entonces,
esa imagen de la tierra húmeda que trae uno de la infancia, incluso muy
anterior, casi un recuerdo de la especie, de la humanidad, de la infancia de la
humanidad, es lo que hace que tenga tanto sentido y te emocione [te haga
conectar]. Puede que uno nunca haya olido la tierra húmeda, pero esa sinestesia
del olor a tierra húmeda, o del humo, nos recuerda un pasado que cada vez se
siente más cerca, casi como un porvenir. Entonces me hace sentido esta imagen
de la relación también con el fuego porque al final la civilización es la
civilización de la luz. En algún momento cayó un rayo encima de un árbol y un
tipo fue y se quemó los dedos o hizo erupción un volcán y en base a domesticar
ese fuego se armó nuestro mundo. La civilización no es más que ese fósforo que
alguien prendió y todo lo que somos como especie, nuestros grandes logros, todo
tiene que ver con ese fuego. Cuando hablo de fuego hablo también de
iluminación, de la ley, la lex que es
la lux. Somos una civilización de
luz. Somos luciérnagas. La ley regula lo que pasa en el día, por ejemplo, y el
miedo que le tenemos a la noche también está regulado. Las leyes, en realidad,
tienen que ver con la luz, la oscuridad, el mismo arte. Por eso Duchamp habla
tanto de lo retiniano, de que el arte está hecho para verlo, para el día y hay
otras artes que quizá en su origen fueron pensadas en la noche. La música, por
ejemplo. Perfectamente puedo imaginar una escena primigenia en una caverna
oscura, donde se escucha una percusión, o el mismo relato, alguien contando un
mito, una canción. Todos nuestros miedos, el miedo a la oscuridad, el miedo al
frío, a la soledad, tienen que ver con la falta de luz, la falta del fuego. Si
uno hiciera el recuento de los miedos del género humano, de todos los
continentes, de todos los tiempos, no son más de cuatro o cinco. Los otros
todos tienen que ver con la falta de luz, la falta de calor, la falta de
seguridad. Entonces, como en general nuestra civilización está hecha sobre la
luz, sobre una fuente solar, de ahí los dioses solares.
10. En la Teogonía de Hesíodo se explica el origen
del mundo. Allí se habla del Caos como una personificación que engendra a Gea,
Eros, Erebo y se me ocurrió hacer un ejercicio sencillo. Reemplazar “Caos” por
Big Bang, que es una cosa que se expande, que no tiene bordes: la descripción
griega del Caos es la descripción del Big Bang; la descripción de Gea es la
descripción de la materia, [la de Erebo es el espacio/tiempo] y la descripción
de Eros es la descripción de la energía, pero eso, en realidad, sucede en todas
las mitologías [cosmogonías] y en todas las aproximaciones científicas al
asunto del origen. Yo creo que estamos en un momento muy especial a nivel de la
civilización. En este siglo XXI, a pesar de que se vea poco grato por fin se
unen la ciencia, el arte, la espiritualidad. Van uniéndose, decantándose. Por
más que intenten separarlas estamos volviendo quizá al origen, en que todo
estaba junto. Entonces hay cada vez más científicos que están leyendo el arte,
la mitología, la creatividad y hay más artistas que se están acercando a estos
temas científicos. Quizá la Parusía, la venida de este nuevo Cristo, el Mesías
de cualquier religión, es un Mesías colectivo que tiene que ver, en vez de con
el Espíritu Santo, con el espíritu creativo. Ese fueguito que se le veía a los
santos, que se le prendía en el peinado, quizá era el mismo fueguito de un
espíritu creativo. Más que un Dios creador, me gusta un dios creativo. Y allí
estaría la metáfora, no religiosa, sino espiritual, de la creatividad. Esa
fuerza que tienen las personas día a día para cruzar el Mar Rojo, para resistir
las siete plagas, para lo que sea.
Entonces nuestra fuerza como humanidad radica en el hecho de ser creativos y
ahí se juntan todos estos saberes, ahí está el epicentro. En el fondo, me doy
la vuelta larga para decir que la ciencia, el arte, la espiritualidad incluidas
la mitología, las matemáticas, la física, se unen en la creatividad. Ese es el
punto clave para todo.
11. Es una
teoría que tiene que ver con tres etapas como el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo, pero esas etapas son la cultura, el arte y la creatividad. La cultura es
siempre de arriba hacia abajo, una cosa que la política ocupa para sus fines
publicitarios, o las instituciones, jerárquicas: un elefante blanco o negro, un
concepto paquidérmico, con hepatitis y mira feo. Por su parte, la creatividad
es todo lo contrario, se da en todas las personas, siempre sube, fluye, se
conecta, es abierta, no jerárquica, no vertical, cariñosa, personalizada,
humana. Un diagrama que se amplía y se amplía, siempre renovándose, constante,
mientras que la cultura se cierra y se cierra cada vez más. En el punto medio
está el arte que, en verdad, tiene un alma un poco puteril porque cuando le
conviene está con lo creativo y cuando le conviene está con la cultura entonces
está bastante abierta entre una y otra. Quizá este tercer paso, el de la
creatividad, no esté representado por un poeta, sino por grupos, comunidades,
agenciamientos. La cultura requiere del autor y de una inscripción. Mientras
vas avanzando hacia la creatividad hay menos autor, menos aura de autor como
autoridad, sino que es un agenciamiento colectivo. Incluso este nuevo sujeto
creativo es casi anónimo. Yo creo que la Atlántida se acaba porque su problema
fue identificarse, la [soberbia de] una identidad, pero la Nueva Atlántida es
un mundo de conciencia, que ya no es un mundo, es un universo, un universo
abierto, con la posibilidad de conectarse infinitamente. Y eso es la
creatividad en el sentido más hermoso. Quizá algo que tú conectaste en tu época
va a conectar con otras cosas de otra época. No tú mismo, pero sí una red de la
que tú fuiste parte, o que tú creaste, esa red va a seguir. Como lo que dice la
física, que la energía no se acaba, se transforma, es lo mismo. Si tú conectas
algo esa red va a seguir por toda la eternidad. Esa es la eternidad.
12. [Imagino]
un grupo de Terrorismo Poético que hace lecturas en cajeros automáticos, cosas
que nadie ve y que a nadie le importa, pero interrumpen una esclavitud, un
código, en realidad, de la sociedad de control. Cuando el guardia ve en la
cámara a un pobre tipo leyendo poemas al lado del cajero se preguntará, ¿qué es
esto?, ¿qué está pasando acá? [Ciertamente] el terrorista es el que aparece y
nadie sabe de dónde viene, qué quiere, qué trae en el bolso el que no tiene
lenguaje. Entonces no sé quién es, nunca lo he visto, no sé qué cree, qué le
gusta. Lo que produce lo real es lo que yo puedo unir. Si aparece un fantasma
digo que es un fantasma y ahí lo uní [al lenguaje], pero si pasa algo extraño,
que no sabemos qué es ¿cómo lo unimos? [¿a qué?] Y ahí comienza el miedo, la
paranoia, la guerra. Por eso el arte puede ayudar a la paz porque puede unir
cosas que en otro contexto no están amalgamadas en el día a día. Lo que hace el
arte es unir, en ese hilo, cosas que en el mundo real no están unidas y, en ese
sentido, cohesiona un poco la idea de mundo, lo amplía, que no es solamente el
levantarse, la ropa, el reloj, la comida y el auto. Agranda el mundo. Todo lo
que conecte cosas con cosas para mí es algo que está bien. Estos son
microespacios de intervención en que no hay ego sino gestos. Si la cultura crea
obra, la creatividad crea gestos. Gestos incluso anónimos, que nadie ve. Hacer
un dibujo en la playa como hizo Jesucristo -y quizá sea su imagen más bonita-.
Escribir en la arena luego llega el mar y borra lo que escribió sin que nadie sepa
lo que escribió el Cristo en la arena. Quizá sea el gesto más conmovedor: el
comienzo de un nuevo Evangelio. Sin tanta hazaña y sin tanto drama. Ese gesto
de Sócrates, de Diógenes, es un gesto filosófico, sin pretensión, sin nada. La
gente de la creatividad [crítica] está conectada con hacer cosas que da lo
mismo su nombre, da lo mismo si los ven o no. Pequeños gestos cuasi secretos
que se conectan de algún modo y por ahí va el asunto.
13. Me acordé
de un amigo fotógrafo [Robin Canul] que conocí en el sur de México y que hizo
una exposición solamente de rostros. Fragmentos de rostros de personas que
vivieron hace cincuenta años, otros que vivieron en 1901 y fotos que tomó en
2010. Gentes que vivieron con cien años de diferencia. El montaje de ese
collage fotográfico creó seres humanos que quizá la misma naturaleza todavía no
crea. Entonces vemos cómo incluso en el arte se puede construir un futuro o
inventar un pasado -como esas ruinas imaginarias- que me hace mucho sentido. Se
trata de cómo despresentamos el propio presente, cómo podemos conciliar la
pelea que tiene uno con los poderes de turno, con los demonios, con las musas,
con esa otra pelea que libramos contra el tiempo, porque la pelea de fondo es
un diálogo con el tiempo y cuando digo tiempo hablo del infinito, de la muerte,
del Big Bang. [La pregunta es] cómo convierto una obra en una operación. El ready made y la performance hacen esa
transfusión de obra a operación. Son operaciones creativas. Desarman justamente
la cultura, el arte y la utilidad, las convierten en operaciones, en
agenciamientos. Lo desidentificas. No lo intervienes, no lo violentas: lo sacas
de su tiempo. El tiempo de un urinario en un baño es un tiempo de baño, pero en
una galería de arte tiene otro y el modo de detener el aura de la obra
artística es, justamente, sacarle del tiempo. El aura es el tiempo. Sería
bonito que cada siglo decidiera cual va a ser su testamento. Entonces
llevaríamos ya veinte testamentos desde Cristo hasta ahora y ahí pueden estar
el Corán, la Divina Comedia. Yo creo que en un futuro, cuando estemos en Marte,
o no sé dónde, va a haber que inventar un nuevo Evangelio porque el Evangelio
es un orden sobre un principio y un fin [una cosmovisión]. Y eso ya hace que
sea sagrado, como el Génesis [una cosmogonía] porque comienza con este
laboratorio, con esta gente a la que se le prohíbe mentir y, sin embargo lo
hace, hasta el final en el que es tanto que Dios decide destruirlos a todos.
14. La forma
de desenmascarar una institución o de develarla es viendo su punto de anclaje
en lo real. El poder se encripta justamente en el tiempo. Eso es lo que le da
valor a una obra de arte. Si fue hecha en 1815 ya tiene un valor aunque sea una
basura. Un cuadrito con un bote al tener cien años ya posee un valor. Y
justamente lo que hacen las instituciones y el poder, en general, es
administrar el tiempo. El esclavo en general es quien no maneja su propio
tiempo. La gente quisiera trabajar de lunes a miércoles y después irse con sus
hijos a casa, pero no pueden. Entonces cuando uno transa con esa sugestión del
tiempo, uno es esclavo. Y a la esclavitud le decimos rutina, pero eso es un
eufemismo. No es rutina, es esclavitud. La esclavitud del tiempo. Por eso este
Dios del Viejo Testamento lo que hace es la historia del tiempo, la historia
del tiempo de un pueblo: de cómo ese pueblo lucha contra su tiempo y cómo, en
realidad, la Tierra Prometida, el Paraíso, es el tiempo infinito. Esa es la
gran promesa de Dios y ese Paraíso que se le ofrece al ser humano es, en efecto,
el lugar donde Dios quisiera vivir. Lo más potente de todo esto es pensar cómo
intervenir el pasado, cómo lo desarticulamos y esa batalla la está ganando la
ciencia, las teorías cuánticas, que nos gustan tanto, están desmantelando el
pasado [el origen]. El pasado es el yo y el futuro son los otros. La gente que
está pegada en el pasado se mantiene solo en relación consigo misma, pero
cuando uno piensa en el futuro se representa a la humanidad, a los otros. Uno
no se piensa solo a sí mismo en el futuro, en el Gran Futuro. Es imposible.
Entonces cuando tú quieres intervenir tu yo vuelves al pasado. Las novelas que
hablan del pasado, sean las que sean, en realidad, están dialogando con el
propio yo. Todas las novelas “futuristas” están dialogando con un lector o un
espectador plural, no personalizado. Cuando uno escribe siempre hay algo
biográfico ahí pero al escribirlo, lo está convirtiendo al futuro, para
lectores que uno no conoce, con este tiempo que no pertenece que es una
creación colectiva. La idea no tan solo es ser muchos, sino que poder
visualizar cuántos y qué pueden llegar a hacer. Encontrarte contigo mismo,
mediante lo que escribiste, en el futuro.
15. Siento que
lo perdido tiene otro tiempo o se encuentra en otro tiempo. Yo viví en mi casa
de Recoleta hasta los 22 que me atropellaron y de ahí me fui a Lastarria donde
ahora vivo. Recuerdo que cuando estábamos preparando el cambio tenía una maleta
que me había regalado mi abuelo. Estaba llena de dibujos, obras de teatro,
poemas, novelas, mil cosas [escritas por un niño loco]. Lo guardé ahí pensando
que cuando llegara a la casa nueva los iba a transcribir. Mientras estábamos
esperando el camión, llegó un primo, vio la maleta y dijo: “ah, son papeles” y
los botó a la basura. Toda mi vida anterior estaba ahí. Esa maleta era mi casa
anterior. Entonces, cuando llegué a mi casa nueva llegué sin nada. De hecho yo
le decía “la cajita” a ese maletín. Me gustaría hacer un maletín y que todo lo
que he escrito sirva para recomponer ese que perdí a los veinte. Sería como
recuperarlo a los cuarenta. Reconstruirlo. Lo que se pierde es parte de la
obra, parte de un orden mayor. Yo siento que a partir de mis libros de poesía
no se podría reconstruir una historia mía, pero en Buenas noches luciérnagas la sensación de desgaste de esa función
del autor me convirtió a mí en un fantasma. El libro tiene más vida que yo en
este momento. Siempre me sentí un sistema solar, digámoslo así, y creé un
agujero negro que es este libro. Un agujero negro que está empezando a absorber
espacio-tiempo alrededor de mí. Es como una crónica, en el sentido de que la
crónica es la escritura de la desaparición. Uno escribe sobre lo que está
desapareciendo, lo que va a desaparecer o lo que ha desaparecido. Entonces es
como un libro de muerte y de muertos. También el libro es un ready made. Hay mil contraseñas
duchampianas como cuando digo “me desnudo entrando al baño” que es un guiño a Desnudo bajando la escalera. Está lleno
de [gestos] así. Para mí, todo el libro es una operación conceptual. Todos los
materiales -no le digo textos, le digo materiales- son una pura operación
conceptual. Yo no lo veo como algo literario. Lo que yo quise, para mis
adentros, fue hacer un ready made y
como trabajo con escritura, es un ready
made escritural.
16. Por otro
lado, hace poco decía, medio en broma, que uno se imagina que el poeta está en
el palacio de marfil, en las nubes, pero, en realidad, es el que tiene los pies
más en la tierra porque es el que recibe menos de todos los escritores entonces
es el que tiene más conciencia de cuánto cuesta el kilo de pan. Tiene una
relación extraña con las cosas, una relación de pérdida. Por eso yo creo de
algún modo que la poesía ha sido castigada no solo económicamente, sino que
también en espacios de representación o cuando hay eventos literarios más
amplios. Hay una cuota de desacato solo en ese gesto. Son detalles muy chicos,
pero muy significativos del rol de estos sujetos, estos bichos humanos que son
los poetas, que circulan por las ciudades, por los jardines, como estas
luciérnagas; cuando es de día, pasan desapercibidas, pero de noche empieza su
brillo. Lo que hablaba de esta cosa de estar fuera de la identidad, de que no
sabemos de dónde viene alguien, qué es, eso aplicado a un espacio es la “ruina”
y pienso ahora en esta época de constructoras, de inmobiliaria. Para ellos todo
es ruina, en el sentido de que una manzana de edificios antiguos hay que
eliminarla, entonces la ruina tiene una relación súper tensa con el
capitalismo, con el mercado. En el caso de la poesía uno se pregunta: ¿Por qué
se siguen reeditando, por ejemplo, Los
gemidos en vez de otros libros? Entonces veo ahí una relación de ese
espacio sin identidad -entre comillas- de la ruina, que es un espacio recortado
y problemático para el Estado, para la economía. Es incómodo porque es como un
país dentro de un país, una cajita y esa cajita no se puede sacar, no se puede
botar. Esa cajita está en la casa y la puedes mover de allá para acá, pero no
la puedes sacar de la casa. [Por cierto] el líquido con que se prende [la
luciérnaga] se llama “luciferina”,
eso es bonito. El poeta con su luciferinez, actúa y ya todo cambió, entonces
creo que ese es un poco el modo en que está pensado el libro, es como ese
escenario entomológico de bichitos.
17. A veces se
piensa que el talento tiene que ver con la capacidad intelectual, pero yo creo
que es algo más básico: la capacidad de ver y escuchar. En el libro lo pensé
así, quería que se escuchara más gente, una conversación de cientos de
[autores]. Yo los invito a mi casa para que conversen y eso es lo abierto de la
ruina. Es como concentrar un aleph,
un pequeño espacio donde todo mi mundo literario, todo lo que yo pueda leer,
ver, imaginar, pensar, está ahí. Entonces la sensación que tengo de la realidad
ya no es real, pues estoy siendo absorbido por el libro, esa sensación de vacío,
por lo que quiero un orden en lo real para resistir un poco el agujero negro de
allí dentro. Mi universo está ahí. Las cuatro constantes de mi universo están
allí. Entonces yo creo que eso responde a un fenómeno más general que es un
poco el desgaste de la ficción, de la literatura como literatura, [del tiempo
real]. Podríamos hablar de la conexión de la tradición poética chilena con este
presente infinito. Cuando escribo está De Rokha presente ahí también, lo haya
leído o no, tenga influencia en mi escritura o no, es mi contemporáneo. Todo
esto lo pienso como la reencarnación de una civilización perdida, en el sentido
de que cada vez que uno escribe, la Atlántida se recupera un poquito, se
reactualiza. De algún modo, la Atlántida es nuestro inconsciente. Esta
humanidad tiene a la Atlántida muy escondida, pero de ahí nace todo. Los
grandes descubrimientos, su propia catástrofe, una civilización que se formó
con distinta gente que llegó a ese lugar e hicieron una gran civilización, con
muchos avances, muchos logros, en todas las áreas, -científica, artística-,
pero luego se fueron a la mierda. Ese mito aparece desde Platón, está desde
siempre, en realidad, es el resumen de la humanidad y nos hemos demorado más de
dos mil años en asumir que ese mito, en efecto, es el inconsciente humano. [También
una profecía]. Todos sabemos que ese es nuestro destino: la Atlántida. Así como
hubo una Nueva España, nosotros somos la Nueva Atlántida. Esos mitos colectivos
rompen el presente, el pasado y el futuro y al escribir tengo esa sensación de
que estamos viviendo los últimos momentos de la Atlántida.
18. Entonces
es pensar el pasado como un espacio y esa filtración entre tiempo y espacio no
es un lugar, es un tiempo [literario]. De hecho, en OIIII, la historia del libro es que estamos en una época sin
tiempo, pero del futuro quizá, en el cual alguien encuentra en unas ruinas, un
USB y cree, por ejemplo, que el texto de Los
colores y papá es una obra de Sófocles. En el libro sale una explicación de
cómo se encontró ese texto y que, en realidad, es la Orestíada de Sófocles y que el Canto
General de Neruda se llamó Debajo de
la Lengua y la Divina Comedia es La Divina Revelación. Eso ocurre en un
tiempo que es más bien un espacio. Y bueno, el libro se llama O -por oikos- que en Grecia era una pequeña unidad administrativa. Ítaca
era un oikos, no un demos. Es la medida de lo que un solo
hombre puede administrar. El demos es
más grande. El oikos puede ser un
solar, una parcela. Como en Ítaca, los pretendientes de Penélope eran
trabajadores de Ulises, vivían ahí. De oikos
nace la palabra “economía”, la palabra “ecología” y se refiere a cómo
administra uno los recursos. Entonces O
es por oikos y IIII [4] por
Atlántida y en el libro sale un mapa que hice de ella. Ese es, en realidad, el
tema del libro: que la Atlántida no es un continente perdido sino un mundo
encontrado. En esa Atlántida el que encuentra todo eso es el que cree que mi
libro es el Canto General y lo otro
es de Sófocles, etc. A los 19 años, cuando tomé esta decisión de ser poeta, la
segunda cosa que me dije es que quería hacer una sola obra. No quería juntar
libros que no tuvieran que ver unos con otros, sino hacer solo tres libros que
fueran una sola cosa en diferentes tiempos, como si cada libro fuera escrito
por un autor diferente. Entonces son tres trilogías [que conforman el Proyecto
ION]. Cada libro de la trilogía son tres libros y cada libro son tres sublibros
y cada sublibro tiene tres partes y cada parte tiene tres subpartes y cada
subparte tiene tres apartados y cada apartado tiene tres infrapárrafos y cada
infrapárrafo tiene tres pseudoestrofas y cada pseudoestrofa tiene tres
nanolíneas... Es la conciencia del fin del tiempo. Una suspensión.
19. Nosotros
tenemos escondida nuestra Atlántida muy en el fondo porque sabemos lo que va a
pasar. Lo sabe cada persona en su vida cotidiana, y también cada país, cada
civilización, pero no queremos sacarlo afuera y con los poemas, con la
escritura, con la literatura en general estamos descubriendo la Atlántida. A
través de esas tablillas de barro que en este caso serán conchitas talladas,
máquinas o esos USB del pasado que en, realidad, son del futuro. Yo cada vez
pienso más que uno no descubre un mundo, sino que encuentra un continente. Todo
esto que estamos hablando es la gran metáfora de la conciencia. De cómo tenemos
zonas perdidas, escondidas o no encontradas y mediante un trabajo de
bioarqueología las pasamos a un estado consciente. Eso es la Atlántida, eso es
la escritura, eso es la conciencia en todas sus acepciones. Lo que en el Libro de los Muertos se menciona como la
aparición del día, de la luz, pasar de lo oscuro a esa luz que es la del Big
Bang o del último fotón que existirá, una luz que, en realidad, es el tránsito
del caos al cosmos, de la noche al día. Entonces la poesía chilena da la sensación
de una gran noche, pero una noche que se acaba y da paso a un nuevo amanecer. Ese
amanecer es otro mundo. Una Nueva Atlántida.
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