Cuba 3322 (2015): una lectura personal sobre el neobarroco
A comienzos de octubre del año pasado se realizó en Santiago el Segundo
Encuentro sobre Barroco y Neobarroco “Barroco Fronterizo”. Quizá el primer
evento de su tipo en el país. La gran parte de las ponencias se publicó en el
número 89 (abril, 2015) de la Revista
Chilena de Literatura[1]. En varios de los ensayos se
hace mención de mi nombre al incluir mi trabajo poético en lo que sería el
neobarroco latinoamericano. Por ejemplo, “Neo-no-barroco o barrococó: hacia una
perspectiva menos inexacta del neobarroco” de Eduardo Espina o en “Barroco y
transhistoriedad en Latinoamérica y Chile” de Luz Ángela Martínez. Lo mismo ha
sucedido antes y creo que es oportuno para explayarme en ciertos temas que
tienen que ver con la creación, el presente y el lenguaje.
Primeramente habría que barroquizar una etimología,
concentrar todo el vacío que la rodea en un solo punto, un nódulo, siempre una
palabra que es la resistencia total a todos los sentidos posibles. No me cabe
duda que en cada uno de los poemas barrocos del universo de la enunciación hay
una palabra, una frase, un verso que lo contiene. Lo difícil es primeramente
aceptar esta idea y luego hallar esa singularidad. Es un modo de leer, una
invención barroca. El microcosmos y el macro. Diversas capas y pliegues de
lenguaje y de mundo, del sentido que es lo que los une y los separa.
El
neobarroco como barroco latinoamericano del siglo XX fue una de las primeras
respuestas desde el lenguaje al capitalismo literario que ordena que hay que
ahorrar significante para darle más valor al significado, que hay que
economizar en palabra escrita lo que se despilfarra en la oralidad, que hay que
privatizar los yacimientos del idioma para solo ocupar los elementos preciosos
de ellos. Extractivismo de la lengua. El neobarroco es al revés, ocupa el
lenguaje de manera generosa, se da vueltas, despilfarra, no economiza el léxico
sino que se sirve de él en todas sus formas, incluso en la gratuidad y el ocio
de las propias palabras en estado salvaje. Se trata de una contraeconomía al
logos, al uso del poema que hasta ahora sigue siendo tacaño, estreñido y avaro
en general en el contexto de esa poesía de la concisión que concentra todo para
transformarlo en una joya que se imagina perfecta pero se sabe artificial. El
barroco brilla de muchos colores, prolifera en sus valencias, nace desde lo más
digestivo en el fondo del océano como perla[2] única y discontinua de una
“sobrenaturaleza”, una perla que no se entiende sin el barro del que se forma.
En una mesa de
discusión crítica del Festival ChilePoesía de hace un tiempo no recuerdo qué
poeta dijo que se había demorado veinte años en entender a Lezama, lo cual me
pareció magnífico, porque la poesía que yo considero, tanto en Chile como en el
mundo, es aquella que ha sido capaz de inventar nuevos lectores, de crear
nuevas formas de entender un libro, una autoría, un texto. Lo barroco tiene que
ver con políticas de la escritura, sus relaciones de poder, sus condiciones de
producción más que con el veredicto que el propio discurso cree ser. De algún
modo geografiza la lengua, localiza el idioma en un lugar donde es extranjero:
lo hace hablar en otro territorio. No hay un rostro frente al poema sino
múltiples voces en las múltiples capas que contiene.
Lo de barroco o neobarroco es
a veces un comodín que se ha hecho casi un lugar común al estar ante una
escritura que prolifera, que no se siente jamás cómoda en la página. Se suele
emparentar inmediatamente a una pléyade de autorías a veces con buena intención
y otras no tanta. Se le usa como chapa para ningunearlo como se hace cuando se
habla de poesía femenina, gay o del cuerpo para referirse un corpus que no se
conoce, que se teme, que se desea de y a lo lejos. Sea como sea, es reconocible
un estilo y es por eso mismo que se piensa en una enunciación colectiva y
expansiva del idioma. Trabaja con operaciones complejas de lenguaje más que
como obra milagrosa de dicha lengua y decir compleja quiere decir trabajar con
operaciones y variables que cambian como cambia cada día cada ser humano, cada
mundo contenido en este. Es el propio idioma hablando y pensándose a sí mismo,
tanteando como toda forma viva nuevas vías de subsistencia.
Se resiste a la muestra
artificial del poema que se cree entendible cuando quien escribe está seguro de
quién es su lector. Es cierto que el mercado ha logrado homogenizar una parte
de ciertas escrituras, pero es más grave cómo lo ha hecho con las lecturas.
Existe ya un poema formato, la forma más básica de construcción y sentido, que
se ha querido hacer creer que es el poema por excelencia. No, no lo es. El
lector burgués gusta de este poema-formato. No arriesga, no hace preguntas, no
quiere que nada moleste su comodidad intelectual y su escasa curiosidad
literaria. No se trata de posculteranos contra neoconceptistas, ni de la
claridad versus la oscuridad, ni mucho menos de coloquiales o locuelos sino de
los lugares desde donde leemos el poema, de las certezas o interrogantes que
tenemos, sobre todo, de la relación que hay entre las palabras y las cosas, y
de vuelta a las palabras.
Para el barroco leer es una
tarea de aprendizaje, no un mero placer ni menos un consuelo a su propia
angustia ante el mundo. Leer la complejidad de un poema para leer la
complejidad del mundo es el modo en que la poesía y la vida se convierten en
lenguaje y pensamiento: su sobrevivencia. La poesía de consumo fácil es para
quien se siente cómodo en la sociedad y no tiene mayores cuestionamientos que
hacerse o hacerle a lo que le rodea. De allí que el barroco lleve esa tensión
de lenguaje y pensamiento hasta notas más conflictivas que evidentemente
resultarán oscuras, herméticas e inentendibles a quienes solo utilicen la
lengua y crean que es el lenguaje el equivocado y no quien desconoce cómo
acceder a él, salirse, naufragar con una sonrisa iridiscente.
Creo que lo que hizo
Perlongher, Echavarren, Kozer, Milán, Marosa di Giorgio, Espina, Reynaldo
Jiménez y en realidad la mayoría de los poetas que aparecen en la antología Medusario[3] es de un valor incalculable.
O luego otros autores como Reinaldo Arenas, Roberto Piva, Kijadurías, Roger
Santiváñez, León Félix Batista, Julio Inverso. Escribieron un nuevo tono que se
oponía al coloquialismo épico o a los colores personales de los traumas
sociales. Me parece formidable además el hecho de haber permeado una caja de
herramientas que ha sido de suma importancia para la radicalización de las
nuevas lecturas que podemos hacer de la poesía hoy en día en una sociedad
barroca, de extremos contrastes económicos, con múltiples capas sociales y de
tornasolados ideológicos que tienen como eje el capital.
Actualmente seguimos
leyéndolos y son parte de un disruptivo canon que se entronca en los inicios
del siglo XX con nuestras vanguardias o incluso con el alucinante programa
escritural de un Simón Rodríguez en los albores transvenezolanos del siglo XIX
que antecede en setenta años a Un golpe
de dados jamás abolirá el azar de Mallarmé. De hecho, son la piedra de tope
con lo que desde España se ha querido asfixiar la diversidad de las poéticas en
nuestro continente o, de algún modo, empatarla con otras escuelas en un
horizonte que sin duda no es equitativo. En términos sencillos pareciera que en
poesía España trabaja con la lengua y Latinoamérica con lenguajes. Lo cual
explicaría la distancia abismal que hay entre ambos lados del Atlántico con
respecto al dinamismo y sinergia de las propuestas poéticas de este último
siglo.
Una poesía expresiva, la
española, confrontada a una expansiva, la de acá. Es un pliegue, una mirada, un
hilo desde donde desmadejar. Se puede pensar asimismo en una poética expansiva
como Leopoldo María Panero o Agustín Fernández Mallo o la concisión de un
Antonio Porchia o un Eduardo Chirinos. El contraste y el contraste del
contraste son un triunfo barroco. Sea como sea, más que de estéticas,
tendencias o moda como si esto fuera la peluquería de la esquina de la metáfora
quiero pensar en el rol del/a poeta como medio para estos ruidos, estos
murmullos, estas hablas, estas palabras que se convierten en poesía y luego
siguen su camino hacia zonas mudas e incluso no humanas. Quien cree que el
poema nace de él y termina cuando él lo decide es ciertamente un hacedor, un pequeño
poeta. Entre el poema y la poesía cabe el universo como entre la Cibeles y el
Iguazú.
En lo que se refiere a mi
propia poesía, no creo que sea estrictamente neobarroca. En realidad no creo
que sea estrictamente nada. Ni siquiera estoy seguro si son poemas o novelas
escritas con poemas. Da igual. De todos modos me siento cómodo en esta área del
juego. Me importan mucho estos autores y su reflexión creativa sobre el
lenguaje. Los admiro y estudio con felicidad de lector que subraya con los diez
dedos. Pienso en esas poéticas y las siento parte de una casa barroca que me
recuerda mi propia casa de infancia, pero más allá al Deleuze de El pliegue. La casa que es el cuerpo y
el cosmos, la comunidad y el cielo.
El pliegue como una operación
dentro de estos y otros pliegues sucesivos. Lo barroco sería esta noción de que
no hay zona desplegada en el mundo ni en el ser humano, por ende, lo que une a
ambos que es el lenguaje es también un movimiento que se pliega y despliega. La
idea de que no vemos lo real sino mediante los pliegues de lo real. No hay nada
dado a menos que se opere sobre eso. En este sentido la escritura y la lectura
como pliegues son acontecimientos y por tal intraducibles a la comodidad e
ingenuidad de que la palabra dolor sea el dolor. Un barroco “menor” si pensamos
en proliferación, ejes asignificantes, rizoma en general.
El nódulo Deleuze-Guattari me
parece una piedra angular de una forma de escritura que no solo es filosófica
sino que también poética, ensayística, novelística sin serlo. Por paradójico y
difícil que parezca su filosofía, nos ayudaron a liberar la escritura
justamente de la oscuridad de la verdad y nos recordaron que se puede entender
mediante las afectaciones. Además es posible pensar en el propio pensamiento
como un hecho en sí mismo y el lenguaje es ese pliegue que no cree que un poema
es lo dicho sino lo por decir, esa es su recursividad barroca. El poema que no
llega, pero que está y entre esa imagen posible se despliegan las palabras para
que ese poema no sea la poesía.
Lo hayan leído o les haya
interesado o no, muchas de las escrituras contemporáneas han llegado también a
una fuga al ejercicio mismo de escribir y de describir fenómenos tan
pertinentes a la literatura como la noción de devenir (del autor), la máquina
de guerra (que puede ser un libro) o el rizoma (como el poema). No es un modo
de quitarle singularidad al neobarroco sino por el contrario, agregar una
consideración para ajustar ciertas tensiones con más transversales y el espesor
filosófico que se cree carece.
Hay un parentesco innegable en
lo que se refiere a la “suciedad” del género, a la densidad caosmótica, al
desborde. Texturas y estratos, volúmenes de la escritura. Creo que el
neobarroco siempre será un barómetro de la época en que se dé, no solo por sus
contrastes y aristas sino también por lo que hace brillar mediante el gran
angular de cada idioma, de los muertos y vivos que son ese idioma. Quizá
después, después de la confusión que es la especie hoy, se le llame postbarroco
al fin del mundo tal como se ha llamado al Apocalipsis bíblico. Es una
probabilidad, la de un término recargado de vitalidad, pero es posible también que
en términos formales y de materia siempre sea una parodia a la economía y a la
síntesis verbal (belleza, bien y verdad) que pondera el canon conservador: un
haz abierto de las tensiones que pueden existir en cualquier campo literario
con respecto a los modos de leer y el lugar del lector imaginario.
Hoy en día, la energía del
neobarroco ha mutado a otras formas que tienen que ver más que con la
experimentación del lenguaje con la de otras fugas como las autorías, las ideas
de obra, nuevos desajustes, es decir, nuevas resistencias. Ya no es el lenguaje
mismo el objeto principal de movimiento sino que se prueba otro tipo de formas
en la escritura como por ejemplo las reescrituras, el trabajo con archivos, la
mezcla incestuosa de géneros o con el horror al vacío como soporte. El mundo no
cabe en un poema como cree hacerlo el yo. Son nuevas tensiones con los cánones,
las apropiaciones, las intervenciones. Ya no se trata solo de llevar a la
fatiga los muros lingüísticos sino también lo que está detrás, es decir, más
allá de sus superficies y sus sonoridades, indagar en sus reveses, su
imposibilidad. Pienso en el sentido de una obra y cómo se anula el libro como
mercancía, cómo se tensiona la circulación de estos materiales en un campo
inhóspito como son los medios culturales o editoriales en el seno del capitalismo.
En síntesis, barroquizar los medios de producción y los de recepción.
El neobarroco es una poética
colectiva de intercontagio, un lugar de enunciación para el inabarcable virus
que es lenguaje. Describir al barroco es eminentemente barroco porque nunca se
llega al centro, a la singularidad intermitente, al caos orgánico y compuesto.
Se desea un corpus como un cuerpo, se escribe para que se aleje de la realidad
y se meta a la cama del poema. La casa está a oscuras y es del tamaño del
universo lingüístico donde lo que leemos existe, lo que observamos se nos
aparece como palabra. Esto se trata del placer del logos, sus noches de capital
locura. Su rendición y su propia condición saturnal.
[1] Por
último, la crítica literaria Soledad Bianchi en el artículo “Del neobarrocho o
la inestabilidad del taco alto (¿un neobarroco chilensis?)” en la Revista Chilena de Literatura,
recientemente citada, habla de un
neobarrocho chileno, jugando con el barro de nuestro río Mapocho, al referirse
a la obra de Pedro Lemebel. Un gran acierto.
[2] “La naturaleza de las cosas -se
supone, al proceder así, que la tienen- estaría substancialmente escrita, como
un significado aunque olvidable presente, en las palabras que las nombran: así,
del barroco perdura la imagen nudosa de la gran perla irregular -del portugués barroco-, el áspero conglomerado rocoso -del
español berrueco y luego berrocal-, y más tarde,
como desmintiendo ese carácter de objeto bruto, de materia basta, sin factura,
barroco (…)”. En Sarduy, Severo. “Barroco” en Obra completa. Tomo II. Madrid: ALLCA XX, 1999.
[3] Roberto Echavarren luego realizó
otra muestra de poesía neobarroca llamada Indios
del Espíritu: muestra de poesía del cono sur (2013) donde aparezco como
autor nacional.
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