Entrevista: "La vanguardia en el proceso de la poesía latinoamericana"
Por Darwin Bedoya
Thumus, año 1, n°5, Ciudad el Titikaka, noviembre 2024
El mapa de la poesía latinoamericana es intenso y
amplio. Una de las tradiciones literarias más importantes de Latinoamérica es
la de Chile. ¿Podrías darnos tu visión-percepción sobre el estado actual de la
poesía chilena?
Me he y me han preguntado muchas
veces por la singularidad de la poesía chilena, por las razones no tan solo de
su reconocimiento a nivel mundial sino por las posibles causas de lo que ha
sido su continuidad, su potencia y, sobre todo, su rareza a lo largo del siglo
XX y lo que llevamos de XXI. No se trata de que sea mejor o peor que otras. Lo
que de fondo se está preguntando es por los marcos de su extraña inscripción
como escritura en un sistema como es el de la literatura. Incluso, una
literatura universal con el caso de la obra de Neruda, una literatura
hispanoamericana con Mistral, una literatura radicalmente contemporánea como la
de Zurita. En sí, tiene que ver con los enormes alcances de poéticas que
comienzan con escenas tan conmovedoras y locales como un niño en Temuco que
pierde a su madre casi al nacer, o un niño en Santiago a su padre a los dos
años y transforma esa ausencia en el interlocutor de poemas en el Desierto de
Atacama y los cielos de Nueva York, o de una niña en Montegrande que a los tres
años es abandonada y debe errar por diversos pueblos del norte de Chile junto a
las mujeres de su familia. Se trata, sin lugar a duda, de una ausencia, una
carencia, una pérdida, no obstante, también de la proporción y la perspectiva
que se le da desde una escritura. Chile entero es ese vacío y ese desamparo
desde sus colosales límites geográficos hasta su propia historia y,
efectivamente, esos son los escenarios y temas principales de la obra de los
tres poetas referidos anteriormente. Desde esas escenas, literalmente,
inaugurales hasta la actualidad hay un poco más de un siglo en que ese abandono
ha tenido un correlato en la idea del poema como la búsqueda del más allá de la
página, el o la poeta como una subjetividad a la intemperie, y la poesía como
el pensamiento límite de un lenguaje también límite. En este punto, la poesía
chilena, principalmente atea, siempre ha tenido como contrapunto y fuga la idea
de un Dios ausente o invertido en el sentido de una mística radical, una
teología negativa, que es quizá el único modo de llegar verdaderamente a una
experimentación, una anomalía, una ruptura de las palabras con su propio vacío
que es lo que puede leerse desde el arrebatamiento de un Pablo de Rokha, el
doble filo de la antipoesía y los artefactos de Parra, pasando por lo precario
de Cecilia Vicuña o la anulación material de la obra y el yo en Juan Luis
Martínez hasta experiencias poéticas de hoy como el desdoblamiento queer y
barroco de Gustavo Barrera, Antonio Silva o Pedro Montealegre, la honda caída en
la carne en Paula Ilabaca o Diego Ramírez, o lo que son las nuevas formas de
silencio en una poesía que sigue resolviendo el trauma del presente desde la
guerra del terrorismo, de la pandemia y la precarización. Todas estas poéticas
y gran parte de otras pueden ser leídas en ese borde entre éxtasis del cuerpo y
revelación intelectual, entre arrebato del discurso y piedad por las formas
excluidas del lenguaje. Como he referido en otras partes, creo en una lectura
activa de la poesía como una teoría sobre algo. En este contexto, la poesía
chilena sería una teoría general que tiene en el “Padre, por qué me has
abandonado” una metáfora basal siendo Dios ese padre tal como es el poema con
respecto a la poesía.
Héctor, siempre estuviste interesado en escrituras
raras, anómalas, discursos que tensionan la forma del poema desde los
contenidos de los nuevos lenguajes hasta sus propuestas estéticas, ¿a qué se
debe ese interés y cómo vinculas esos rasgos con tu poesía?
Me interesan, en
este sentido, las escrituras raras, anómalas, extrañas, insólitas, en que el
lenguaje se extraña de sí mismo, en que se ve obligado a ponerse doble
atención, a volver a leerse porque en esos gestos es que asistimos a algo que
nos sobrepasa como sujetos de enunciación. Ya no se trata de literatura sino,
justamente, de escritura y es ahí cuando se sale de los sinónimos de lo nuevo,
la novedad e incluso de lo mismo. La escritura es en sí un tiempo que no es
este, no quiere serlo, no cree en él porque sabe que se compone de muchos ‘yo’
y muchas circunstancias. Efectivamente, hay una poesía que habla con su
presente y esa es la que menos me interesa. Tiene ya su público, su origen y su
destino más o menos claro. A mí siempre me pareció potente, por otro lado,
imaginar a los lectores/as del futuro, el modo en que entenderían o no nuestros
libros, cómo lo que para nuestro tiempo era oscuro para ellos sería tan claro y
viceversa. Me importa cómo se pueden construir esas nuevas filiaciones, conexiones,
redes, puntos de contacto, con una idea de porvenir que solo vislumbramos y esa
es la pequeña eternidad en que se juega. Se trata de esos límites, bordes, que
en la escritura son todo lo contrario.
En
los últimos años has realizado muchos viajes de investigación sobre la poesía
vanguardista de Latinoamérica. Has señalado por ahí que estás armando un atlas
poético basado en esas investigaciones sobre la vanguardia Latinoamérica,
¿puedes contarnos un poco sobre algunas coordenadas de este ambicioso proyecto
y la poesía vanguardista?
El viaje, y
viraje, que hay entre el futuro y lo pasado, el mundo de los muertos y los
vivos, el ruido y el canto, como ese espacio singular y común que une, por
ejemplo, a las vanguardias de comienzos del siglo XX con las novísimas
escrituras del XXI. Nunca se trató de la literatura como un fin sino como un
medio para entrar y salir. Esa es la potencia de la poesía como expansión, como
virus, como pensamiento exponencial que uno puede recorrer hoy en estas nuevas
escenas de lectura y es desde donde quise pensar y compilar lo que ha sido, por
ejemplo, 4M3R1C4. Nunca lo pensé como una antología del presente sino
como una lectura de un futuro probable, una tentación y una tentativa de lo que
el lenguaje está hablando más allá de nosotros. De los tres tomos en que
proyecté la obra van publicados dos y el último comprende a otros 40 poetas
nacidos/as entre 1990 y el 2001, es decir, son 120 autores en total y cubre 25
años entre el mayor y el menor. Es un mapa probable, pero también un territorio
probable y allí me interesa cómo va sumando capas con el tiempo, alejándose de
las preguntas iniciales y respondiendo otras, intersectando con otros proyectos
posteriores como fue, entre otros, la antología El canon abierto que
sacó Visor el 2015 donde es leída en el prólogo como señera siendo que su
espíritu subversivo y espectral está en la vereda opuesta. Proyectos como 4M3R1C4,
en realidad, solo pueden realizarse a través de viajes, conversaciones, mañanas
en bibliotecas y librerías y noches con poetas y más poetas, pues quise que
hubiera autores de todos los países hispanohablantes del continente que son,
ciertamente, los que ya he recorrido casi por completo. Aparecen maravillas
escritas hace poco o hace cien años y esos hallazgos le dan sentido a todo este
trabajo de fascinación por el lenguaje. De hecho, sumando todas estas
experiencias, los viajes, las lecturas in situ, los diálogos, es que
actualmente estoy dándole forma a un muy singular Atlas de la poesía
latinoamericana en que me interesa tanto el antimodernismo y las
antivanguardias a cómo se emparentan obras olvidadas o relegadas con ciertos
cánones, pasando por nuevos cruces entre autores y escrituras, contextos y
recepciones, en sí, una suma de rarezas que hace menos raro el mundo.
Dentro del
ejercicio poético chileno o peruano, las investigaciones y estudios críticos
sobre la poesía latinoamericana son bastantes. Háblanos un poco de obras y
autores olvidados que en su momento publicaron libros que aún hoy no se conocen
ni se estudian.
Con respecto a la
vanguardia uno de los prejuicios, quizá el principal, es que se trató de una
suerte de experimentos retóricos fallidos que quisieron hacer revuelo
mayormente por el escándalo. No con esas mismas palabras, pero así lo han
expresado algunos autores e incluso especialistas o académicos. Esa opinión
toma fuerza en un momento como hoy en que la poesía sintética, sintáctica, de
la claridad, del yo, del intimismo, de la contemplación, ha regresado con una
insospechada fuerza en contra de todo lo que es este presente. Más que nunca se
trata de una poesía no contemporánea en este mismo tiempo. Sea como sea, no hay
nada más alejado de lo que fueron estas poéticas en su momento y la lectura que
se puede hacer desde la actualidad debe estar a la altura de sus potencias de
la imaginación y de su voluntad de incidencia. Con las vanguardias andinas de
los años veinte o treinta, por ejemplo, hace ingreso al canon literario lo
sustancialmente indígena, y el mestizaje, como sujetos con una cosmovisión, una
política y una lengua como el quechua y el aymara. Léase de una vez El pez
de oro de Churata por nombrar solo uno o revistas como el Boletín
Titikaka o Amauta. Del mismo modo, las vanguardias caribeñas
permiten el ingreso de la negritud, tal como lo expresa Nicolás Guillén, en el
cual además de una política de lenguaje hay una ética y una estética que
alcanza consideraciones mayores con el Sóngoro cosongo (1931) o con el
lugar de enunciación del postumismo en República Dominicana o el Euforismo en
Puerto Rico cuyos manifiestos de 1922 y 1923 fueron escritos desde lo negro, lo
mulato, la afrodescendencia. Así, obras como estas no tienen nada que ver con
lo retórico sino, por el contrario, se trata de cuerpos considerados sin
lenguaje, cuerpos maquinizados, cuerpos archivados en documentos jurídicos,
policiales, de salud y seguridad pública, en definitiva, cuerpos encarcelados
bajo el designio de una identidad obligados a ser idénticos a sí mismos y nada
más. Algo similar sucede con la escritura de mujeres que, si bien es cierto, no
fueron mayoritarias en estos contextos de producción sí tuvieron una relevancia
mucho más que anecdótica como lo son las obras de Magda Portal, Aurora Estrada
i Ayala o Hilda Mundy. Se trata, en definitiva, desde aquel tiempo y no como
una invención de ahora, de la tensión entre cuerpos “iletrados” en los paisajes
de la ciudad letrada de comienzos del siglo pasado, los usos y extensiones que
se hicieron de estos como márgenes funcionales a partir de centros móviles en
regímenes de poder, la separación de lo público como episteme y lo publicable
como dispositivo, pero sobre todo de los modos en cómo se construye el sí
mismo, lo de adentro, el nosotros y el otro, el afuera, el ell@s que son estos
cuerpos y sus lenguajes, su pensamiento y su memoria. Desde gran parte de estas
poéticas de vanguardia se instalan, de ahí en adelante, materiales,
perspectivas, insistencias en, por ejemplo, el interés en el estado natural del
lenguaje, la topografía como tipografía, en su posibilidad de hábitat americano,
la resignificación paradójica de la página en blanco escrita por alguien no
blanco, el idioma como objeto técnico, de poder, con valor material con la
potencialidad periférica de alterar sus regímenes de visibilidad y
enunciabilidad, la simbiosis entre monumento y ruina que representan la imagen
y la palabra respectivamente, lo colectivo de un horizonte de lecturas y lo
singular de una autoría, las sangrías como sangre, la tabulación como tabula
rasa, las minúsculas y mayúsculas como pueblos y metrópolis, el interespaciado
como gramática orgánica o falla mecánica, paratextos parapeteados, proyectos de
obra como objetos anómalos y operaciones animales: el lenguaje leyéndose,
pensándose, recordando, pero sobre todo cantando, maullando, chirriando, a
través de nosotros su propio caudal de ruido, su vasta capacidad de mancha. La
vanguardia latinoamericana desde los años veinte, con sus raros antecedentes
como Simón Rodríguez, en sí, nos hizo darnos cuenta de que todo libro de poesía
es una teoría sobre algo que es lo que he referido en todo lo dicho hasta acá.
Una teoría que no abstrae ni contrae, sino que se desborda, que no tiene un
fin, sino que es pura mediación, que no necesita una conclusión general porque
en ella todo fragmento es concluyente, que no se sostiene en una ley de la
naturaleza porque ella misma es la naturaleza de esa ley que termina siendo
siempre la entropía, la separación, la destrucción y su maravilloso retorno que
es el poema.
¿Qué lugar crees
que ocupa tu escritura puesta en diálogo con las vanguardias y lo que escriben
tus contemporáneos?
Tanto si existe algo así como la poesía chilena me interesan
las discusiones sobre si existe la poesía latinoamericana como una unidad,
entidad, identidad. Más aun, lo hispanoamericano como tal. Estuve en Ecuador
hace poco y vi en varias librerías de viejos y usados unas Ediciones
indoamericanas y me hizo pensar, justamente, en cuál sería la expresión que
mejor comprenda lo que hemos sido como literatura en el continente. En efecto,
tiene que ver con el lugar de enunciación, pero sobre todo en el que se inserta,
ya sea como diagrama para leer diversas escenas, como archivo que posibilita un
horizonte de recepción o un dispositivo que interrumpe todo lo anterior y lo
abre a un posible afuera que ya ni siquiera es eminentemente lingüístico. Sea
como sea, la poesía latinoamericana, en lo amplio de su espectro y lo
particular de sus tonos ha iluminado no solo lo que entendemos por literatura
en español sino que es una entrada, y una salida, radical a lo que hemos creído
es lo contemporáneo desde nuestras vanguardias de los años veinte y treinta
hasta las más nuevas expresiones en su lucha por una palabra radical ante el
ruido de las redes sociales y el retorno del yo bajo las formas de un
intimismo, paradójicamente, homogéneo y global. Pareciera que las más potentes
e interesantes tensiones se dan siempre en las encrucijadas entre territorios,
cuerpos y discursos. En ese trasvasije es posible pensar las singularizaciones
de la poesía latinoamericana como una totalidad no total, una definición que no
define, pero también como un porvenir que no viene. No se trata de un cierre ni
mucho menos de una etiqueta por más que sea desde aquí que los géneros
literarios son puestos a prueba. Me refiero al implícito que hay en gran parte
de estas poéticas con respecto al hecho de que muchos de estos libros de poesía
han sido pensados y construidos como grandes novelas, grandes novelas raras.
Basta pensar en El Loco de Arturo Borda o El pez de oro de
Gamaliel Churata, Los gemidos de Pablo de Rokha, Adán o
Altazor de Huidobro, Canto general de Neruda o Poema de Chile
de Mistral, todo lo de Marosa di Giorgio y Julio Inverso, Catatau de
Paulo Leminski o Galaxias de Haroldo de Campos, Cántico Cósmico
de Ernesto Cardenal, El final de los tiempos de Manuel Capetillo, Naciste
pintada de Carmen Berenguer o Zurita de Raúl Zurita, la poética de
Ernesto Carrión con Ø o Materia primitiva, la de Yaxkin Melchy con El
Nuevo Mundo o la de Manuel Barrios y Telos/Virga. Incluso poetas más jóvenes como
David Meza y lo que lleva de su trilogía con El sueño de Vishnu, Julio
Barco con El Nuevo Fuego o Daniel Medina Lillo, Nicolás Arce y Victoria
Ramírez justamente con Teoría del polen. Cuando expresaba que todo libro
de poesía es una teoría sobre algo estoy diciendo a la vez que esa teoría es
también una escritura que está preguntando por sus propias condiciones y
razones de producción, por los límites de sus géneros asignados o codificados,
pero, sobre todo, por el pensamiento literario que en sí misma es. Además,
cuando digo novela también estoy queriendo decir ensayo como puede leerse, por
ejemplo, Splendor de Enrique Verástegui, parte de la poesía de Fernando
Centeno Güell, Octavio Armand o Juan Andrade Heymann. La poesía latinoamericana
son estos desbordes, sus ingresos y sus puntos de eyección, pulsiones y
repulsiones desde el poema hasta la misma noción de poesía, poéticas que se
solazan en su afán de no serlo, en su contraste, en su propia oposición como si
se tratara, efectivamente, de esta suerte de teología negativa, pero literaria.
Una teoría general de la ruina del presente y del presente de la literatura
siendo ese presente la propia historia de la civilización y más allá, de la
humanidad con respecto a algo más grande que ella que aún no termina de ver.
Tú eres un lector inagotable, sabes
perfectamente que el lenguaje siempre ha sido una preocupación permanente
cuando hablamos de la escritura de poesía, ¿qué se puede decir del lenguaje
como virus, como expansión en la poesía que se escribe hoy en el mapa latinoamericano?
El poema como
objeto responde a una historia, como obra responde a las poéticas donde se
inscribe, pero como operaciones en y sobre el lenguaje se acerca más a una
filología entendida como una fascinación por el lenguaje, a una teoría de la
escritura y es allí donde como lector latinoamericano también raro y anómalo
entro atento a esos procedimientos que tienen que ver más con lo que el poema
hace que con lo que el poema dice. Es una forma material de ingreso como pasa
con obras totales como las de Pablo de Rokha, Gamaliel Churata o Arturo Borda
que son antecedentes de la literatura latinoamericana que me importa, en cierto
punto, una suerte de inconsciente con el que hoy en día limitamos con o sin
saberlo. Una suerte de patrimonio que está mucho más allá de cualquier
institucionalización porque se trata, justamente, de una escritura que vibra en
una frecuencia prelingüística, anterior a la normalización de la institución
literaria, de la academia o estatal. Como señalaría el poeta y ensayista
mexicano Víctor Toledo, un viaje sagrado al inframundo del lenguaje y su
retorno pagano que es el libro. Volver a leerlas es volver a mirar todo desde
allí y ese es el gesto contemporáneo en cualquier época, instarlas a nuevas
preguntas y nuevas respuestas. Retomando un poco lo anterior, es inquirir ¿qué
hace tal poeta con esa unidad estándar que es el poema? ¿qué hace contra la
idea de libro? ¿cómo construye una obra con su escritura literaria, pero además
con la que no lo es? Esas son preguntas que me hago antes de entrar y que me
ponen en un estado de alerta y entusiasmo que son similares a las cuando me
meto en mi propia escritura. Como he señalado en otras partes, mi historia con
la escritura comienza en un taller al que asistí siendo estudiante
universitario en 1999. Leyendo a Ginsberg entendí que ser poeta era algo que
sobrepasa a quien escribe, se trata
de otras fuerzas, a veces enormes, del tamaño de la civilización o de una idea
de cosmos hasta las más pequeñas, íntimas y caóticas. En ese amplio rango me
propuse leer toda la poesía chilena y transformarla en una suerte de teoría
impersonal del lenguaje que es más o menos La Divina Revelación cuyo
hablante, Homónimo, es un niño enfermo de literatura, un prehumano en la zona
muda. Debajo de la Lengua es la visión de alguien que agoniza y tiene
una especie de lucidez terminal del tamaño de Latinoamérica en donde apuntes se
confunden con poemas tal como experiencias propias y reescrituras de obras
ajenas. OIIII, que es el tercero de esta serie Arquitectura de la
Mentalidad (1999-2019), se presenta como una suma de escritos anónimos,
colectivos, dispersos en un tiempo en que la humanidad ya no existe. En sí, los
tres libros están pensados como un género híbrido de poesía-novela, de allí que
todos superen las 500 páginas y puedan leerse como una sola historia. La otra
serie es Materiales para un ensayo de vida que se lee como una mirada
autobiográfica sobre el quehacer poético en tres tomos. Los nombres propios
es la infancia y adolescencia de un muchacho que a los 19 años decidirá ser
poeta, ese mismo prehumano en la zona muda, pero desde el registro de una
novela-ensayo. Buenas noches luciérnagas es la hiperventilada vida de
ese joven poeta desde que se radica en México hasta pasados los treinta años y Contra
el amanecer, que está en proceso de escritura, es desde allí hasta la
actualidad. Estos tres tomos están redactados como compilación, es decir, con
correos electrónicos, estados de Facebook, prólogos, entrevistas, diarios de
vida, escritos raros, etc. que funcionan como escenas críticas, una memoria
sobre la escatología que es toda vida. Hay una tercera trilogía en la que
trabajo lentamente, Fragmentos contra una teoría del caos, que cruza
ensayo-poesía; de allí avanzo en tres libros simultáneos, Teoría de la
Atlántida, Una filología oscura y
Póstumo. Finalmente,
todos estos libros, los nueve, son una pregunta por el lenguaje desde el
lenguaje en diferentes formatos, poesía, novela, ensayo, pero hablando de lo
mismo, una vida rara en una literatura rara de un continente que puede ser
Latinoamérica o la Atlántida. Lo que se escribió, se leyó, se vivió como si se
estuviera muerto y cada libro fuera una forma de resurrección que quizá haya
sido también el gesto de las vanguardias hace un siglo, esto es, darle a la
ruina la categoría de futuro en un mundo que, como el universo, también
morirá.
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