Teoría del duelo [I]
He dicho que mi vida en la poesía
comenzó a los 19 años en el taller de Sergio Parra en Balmaceda 1215 leyendo Aullido
de Allen Ginsberg. Bien, ese es el inicio de mi vida y media. Hay una media
vida anterior que es todo lo que sucedió en mi infancia para que, bien o mal,
yo llegara allí. Esos años perdidos no se perdieron y es lo que se narra, lo
que se ensaya, en Los nombres propios. Un niño loco, un niño triste, un
niño raro que no puede más y que en las historias de otros niños con ganas de
vivir, y de morir, halla su primera lengua.
Arquitectura de la Mentalidad no es mi primera trilogía. Tampoco
lo es Categorías visuales de la gloria trágica. En 1986, Eduardo Barrios
publica Ami, el niño de las estrellas, al año siguiente lanza Ami
regresa y un poco después da a conocer Ami y Perlita, que no es el
tercer tomo de la serie sino un apéndice, que de todos modos me maravilló. El
volumen final de la trilogía se llama Ami 3: civilizaciones internas y
es de 1998, el año que entré a la universidad a estudiar literatura. No lo leí.
Ya no era un niño, pero seguía siendo raro, estando triste, sintiéndome loco.
Papelucho es 39 años mayor que Ami; y
El Principito, le lleva 43. Esos niños fueron los únicos que me
invitaron a jugar con ellos y les tendí la mano, pero lo que no sabía es que al
volver yo también debía escribir. Al mundo que me llevaron se llamaba
literatura y era un pacto e hizo que al regreso sintiera desprecio por todos
quienes viven aquí. Cumplí mi palabra, saqué la mitad de una voz y,
ciertamente, escribí. Hay un par de cuadernos y hojas sueltas desde mediados de
los ochenta hasta comienzos de los noventa. Todo eso está en cajas y es la obra
final.
A los 19 años descubrí que,
ciertamente, eso no era literatura sino una vida póstuma y por eso es lo único
importante que llevo conmigo hasta el día de hoy. Son cerca de una docena de
cajas, no solo con cientos de papeles entre cuadernos, libretas, apuntes, sino
también fotografías, objetos, recuerdos de esa vida y media y son esa otra
mitad que quedará cuando uno ya no esté aquí. Ruinas, desperdicios, basura, que
no son algo más que los materiales que se traen con uno en la cabeza cuando se
regresa de ese mundo que se llamaba literatura. Sin embargo, no era ese su
nombre.
Arquitectura de la Mentalidad se me apareció cuando escribía mis
primeros poemas en aquel taller. Tuve la sensación de que esto se trataba de
una casa. Digo, el mundo de la poesía con sus pilares y el universo de la
escritura con sus bóvedas celestes. No sabía qué tipo ni qué forma de habitar. Había
que construir en altura y profundidad, hacer planos, trazar diagramas, imaginar
dónde pasaría el resto de su pequeña eternidad el cadáver que vive dentro de
uno y que llamamos autor. Mi intuición era que lo importante es lo que un poema
hace y no tanto lo que dice. Todos mentimos, ellos también.
Entre la Chimba y la capital
intentaba darle forma a esa casa sin armonía ni proporción, pero cuando conocí
Chiloé a los 20 años quise que fuera un palafito en el fondo del mar, una
catedral hecha con palitos y piedras, una cúpula hexagonal como el cosmos. Tres
nubes pasaron sobre mi cabeza e imaginé tres libros. Una constelación blanquísima
bajo el radiante sol y el cielo azul. Supe allí que algo había nacido, algo que
ni yo mismo sabía que buscaba. En esa isla, en esas islas, en lo remoto de
cualquier idea de hogar encontraba el lugar donde todo lo que vendría tenía que
suceder.
Mi primer libro se llamó No!
y es del 2001. Es un grito, pero también un ‘aullido’, un ‘gemido’. Reuní cinco
series en que yo estuviera lo menos posible. De allí que sean textos que nacen
de performances, de intervenciones públicas, de video-arte, de pinturas, de
música “con quienes construimos este libro sin darnos más cuenta que de nuestro
amor” como dice la dedicatoria. Poesía sin poemas sino series, sin un yo lírico
sino una voz colectiva como el conocido “No a las respetables putas de la
belleza”, sin que sea un libro como tal sino un adelanto de algo por venir en
un momento sin porvenir.
Este libro se llama como el que yo
una vez escribí se
publicó el 2002. Una obra sin título, homónima, a otra imaginaria, en otro
tiempo, otro lugar. En la portada quería a un hombre que pudiera mirar la
realidad y la literatura, separar las manchas y el ruido de la simulación, que
es lo que intenté hacer con “Tratado de la Fascinación” donde la historia de
las letras y las palabras es la misma que la de su desaparición. En su
interior, un inicio de lectura desde atrás hacia adelante y las páginas sin
numerar. “Prohibida su venta en librerías” dice el colofón y se agrega: “Este
libro es ilegal”.
La presentación de El barro lírico de los mundos interiores más oscuros que la luz el 2003 concluyó conmigo vestido de novia, las manos cortadas y el traje blanco ensangrentado. A los 23 años se acababa la juventud y a esos tres libros los llamé Categorías visuales de la gloria trágica. Lo que no sabía es que no era el cumplimiento de la visión que había tenido sino que estos tres volúmenes debían volver a ser uno bajo el nombre de [guion] que era el primer tomo de una unidad mayor que se llamaría La Divina Revelación. Un título secreto entre la tragedia y la comedia como la vida, como yo.
[coma] apareció el 2006 y se leyó como el estado de coma de un país, de una época, de una generación, contra la cual aparecíamos bailando en una fiesta triste que era el comienzo del fin del mundo que en el libro es el fin de la posmodernidad mientras los restos de la Luna caían sobre el mundo como las Torres Gemelas que son los dos hemisferios del cerebro. [y punto] lo terminé el 2010 el México y era al mismo tiempo el término de una vida, de una muerte, de una escritura. La edición completa se publicó allá el 2011 y luego los tres tomos entre el 2008 y el 2018 acá en Chile.
Esa es la historia hasta esta
edición que lo que hace es recuperar las principales series y abrir las puertas
a una posible teoría de la lectura en conjunto, una teoría radical de la
alteridad. Imaginé un libro que hablara consigo mismo como si estuviese muerto,
que se escribiera con el fuego de la civilización, una literatura impersonal,
prehumana, una sobrenaturaleza, sin mundo exterior ni interior, un repliegue
del lenguaje contra sí, una autoría enferma de poesía que volviera al caos de
la lengua y retornara a los mundos más oscuros que la luz. El black hole como
señala Raúl Zurita. Esa es su ficción, su escatología, su universo paralelo.
En sí, La Divina Revelación
es un viaje idéntico al que hice cuando niño al mundo de la literatura. La
diferencia luego fue que ese mundo era otro dentro de otro y la única vía de
acceso era entrar mediante el sueño de un sueño. Leí toda la poesía chilena y
encontré fracturas, patrones defectuosos, zonas de inestabilidad, límites y
bordes, silencios, anomalías y singularidades que quise llevar a un más allá
del propio lenguaje a través de la escritura, las reescrituras, el montaje de
las citas, la idea imposible de convertir una novela de formación en deformes textualidades.
Desde una casita en llamas un niño
enloquecido sale a recorrer su propia mente donde habitan todos sus monstruos y
pesadillas, el miedo y el deseo, una lengua nacional que es la poesía, donde se
encuentra con el Canto General en una parranda con Paccha Mamma, con el Poema
de Chile en el Desierto de la Ceniza, con U dentro de un ánfora de
cristal y los siete cantos de Altazor convertidos en una Gran Visión de
los Siete Cielos Gramaticales. Todo esto dentro de la cajita negra de La
Poesía Chilena que es también la invisible cajita blanca de estos tres
libros.
La cita que abre el libro es de
Pablo de Rokha y dice: “Hacer arte es hacer lenguaje, amados míos, lenguaje
extraño, trunco, espantoso, deforme, dinámico, flexible y claro como un río”.
Esa cita resume las casi 800 páginas de la edición mexicana, las casi 700 de la
edición chilena en tres tomos y las poco más de 500 de esta nueva versión. En
definitiva, se trató de convertir la lectura en escritura, la escritura en una
poética de no palabras, no páginas en un no libro y, de fondo, hacer de la
ficción un mito literario en el comienzo del fin del mundo. La última página es
un hombre desangrándose. Ese niño loco soy yo. Soy yo, amados míos.
Santiago, 25 de noviembre, 2024
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