Una teoría del montaje: la montaña
[I]
Las montañas han sido
habladas por el arte a lo largo y ancho del mundo. Desde manos pintadas dentro
de ellas hasta las pirámides como una réplica de la posibilidad que la tierra y
el cielo se vuelvan a tocar. Toda elevación tiene la secreta intención de ese
recuerdo primigenio. El arte mismo no ha cesado en esa imposibilidad de unir lo
visible y lo que está más allá. Esa es su potencia desde su fundación hasta las
escenas fundidas en las pantallas planas. Algo hay en esa escalera por la que
descienden ángeles y dioses y por la que se elevan los colores, los tonos, los
relieves, las perspectivas. El mismo carácter mineral de la pintura halla sus
primeras descomposiciones químicas en las piedras que también fueron montañas o
lo serán.
[II]
La montaña rompe las
líneas que cruzan el planeta como si el infinito fuera lineal. En sus
quebradas, en sus prominencias, en sus caídas y alzadas. No solo se trata de la
gravedad sino que también de un espacio y un tiempo donde lo que en el nivel
del mar es materia allá arriba es energía. La falta de oxígeno hace que el
cuerpo recuerde que es cuerpo y que el espíritu sea lo más cercano a la montaña
que hay en cada hombre y cada mujer. Esa voluntad es la que hace que todo se
transforme cuando la montaña viene a uno. Nunca es lo contrario. Nada ha
danzado más frenéticamente que las cordilleras desde que fueron el fondo del
mar hasta ser el techo del cielo. Desde que las placas tectónicas naufragan
dándole forma a las representaciones que los mapas tienen de sí durante unos
efímeros milenios. Esos colores son la humanidad desde la piedra al bronce y
desde allí al silicio y el silencio.
[III]
La pintura es mirada
por la montaña. La fotografía, el grabado, la instalación. En ese complejo del
arte está todo lo que quiso ser la belleza. La acumulación, toda acumulación,
es siempre un homenaje al tiempo en que el objeto se demora en salir de escena.
La obra es siempre algo que se compone hacia arriba de la imaginación. En esa
dirección es que los cerros miran a las nubes y creen que ellas son las
monumentales porque su desaparición es más inminente, más urgente, más colosal.
Lo humano siempre sobra. Todo lo que hace es volver a sus excedentes e intentar
darles una necesidad que no tienen. La única tentativa es la de una sobrevida a
kilómetros de sí mismo. Ese es el canto del aire sin aire allá. Lo que queda de
esa naturaleza del arte.
[IV]
Montañas. El universo
está lleno de montañas. Millones de planetas son montañas y millones de
montañas hay debajo del mar. Millones de mares alrededor de millones de soles. Millones
de ojos mirando lo que serán cuando ya no haya nada. Siempre se trata de los
instantes en que observamos que algo nos observa. Esa es la idea de cosmos por
más que nadie responda fuera de sí. Los accidentes geográficos no son
accidentales. La erosión es el destino de los colores y las palabras que les
quieren nombrar, retratar, darles la pequeña muerte del marco y la referencia.
La entropía es el reparto.
[V]
El relieve, el canto
rodado y cuadrado. Los guijarros y las enormes rocas. Todo vive más que
nosotros. Su respiración es con las corrientes que atraviesan el océano. Su
palpitación es con el corazón de la tierra. El fuego, la lava, el metal
derretido, es el lenguaje con que la montaña escribe su propia historia para
otras formas de vida que no verán. Esa es su gratitud y su aura. El amanecer de
mundos que otros mancharán. Las piedritas que otros pulverizarán a lo largo de
sus órganos terrestres. Los colores que nadie podrá nombrar. El sueño despierto
de que sí es la obra.
[VI]
Nicola Tesla ha
podido darle un rostro único a los paisajes que se le atravesaron. Una mirada a
cómo la Cordillera de los Andes la miró en amaneceres que no eran de este
mundo. Cada uno de sus grabados es una parte infinitesimal de un infinito que
no comienza ni termina con nosotros. Esa es su generosidad. Encuadrar los
minerales con que la montaña quiso observarnos en los negativos y vaciados que
recorren la galería. La xilografía y la orografía tienen su origen en los
átomos que dan forma a lo que no tenía forma y su trabajo ha consistido en
recordarnos justamente que la obra y la montaña son siempre un proceso. Lo
imponente de la exposición es lo que no está expuesto: el sinfín de la materia
de la que somos solo un sueño que no puede acabar.
[VII]
“Orogénesis” son las
instantáneas de un tiempo que ni siquiera es humano. Su poder radica, en
efecto, en que nos muestra la corteza con el silencio de la piel. Nada hace
ruido y todo canta en estas obras. Los ocres son destellos de otros soles y el
negro es siempre el color del fondo del mar. Todo se une en estas
fantasmagorías, en estas superficies de miles de kilómetros que son las
extremidades que se tocaron a lo largo de la historia. Nos desmoronamos como
especie y la única posible épica son esas rocas que también caen con nosotros.
En definitiva, lo que Nicola Tesla nos muestra en esta exposición no solo es el
origen del continente americano sino también su inminente final.
Galería
Taller Emilio Vaisse 561
Santiago,
13 de abril, 2024
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