Papelucho y tú (2020): entrevista de Alberto Fuguet a HH

 


Por Alberto Fuguet
19 de febrero, 2020

 

 

¿Recuerdas a qué edad leíste por primera vez a Papelucho? ¿Cuál fue?

Hay que pensar que mis siete años son justamente en 1987. Lo recuerdo porque el premio que tenían los que aprendían a leer en primero básico era leer en segundo Papelucho, que se nos aparecía como el libro del que todo el mundo hablaba. Algunos niños de cursos mayores nos contaban historias apócrifas de Papelucho, como que había venido de visita al Regimiento Buin que estaba frente a mi escuelita en lo que aquel entonces era Conchalí, hoy Recoleta. Yo no sabía si ellos se las creían o era parte de una broma de la que todos éramos parte. Uno de mis compañeros me dijo que Papelucho se corría la paja. Yo no sabía qué era eso y me imaginé algo así de que se había ido al campo. Sea como sea, una vez que lo leí me fascinó. Un niño sin adultos que tenía la libertad del abandono que muchos de nosotros también teníamos. Los fines de semana, por ejemplo, o en vacaciones podíamos salir de casa en la mañana y no regresar hasta la tarde. Jugábamos en calles desconocidas, almorzábamos donde nos pillaba el hambre y alguna de las mamás de los amigos nos sentaba a la mesa sin siquiera preguntarnos si queríamos comer. Ese es el mundo de Papelucho, el último mundo que fue así nos tocó a nosotros al menos en Santiago. En los noventa las cosas cambian. Aparecen los teléfonos, los videojuegos, el cable y ya casi ninguno de los amigos quiso salir más. Ahora había que ir a mirar por la ventana para que nos invitaran a jugar con ellos. Entre los pobres se comienzan a notar los más pobres que siguen siendo los niños que están en la calle dando vueltas. En esa nueva época ya no existe la vida silvestre que tenía Papelucho, que no era pobre, pero quería vivir así, salvaje y con todo lo que pudiera llevar en sus manos. Leí Papelucho “solo” como se le decía en aquel tiempo en que los libros se compraban usados en la feria. Sabía de algunos otros tomos de la colección pero eran inaccesibles para nuestro bolsillo familiar. Yo era más como uno de los niños del internado más que uno de sus primos.  

 

¿Puede un adulto volver a leer Papelucho? ¿Se puede descubrir algo en esa lectura que no se detectó siendo niño?

Hace un par de años viajaba a Chillán y una madre, como de mi edad, desde su teléfono le puso los audífonos a su hijo de unos ocho o nueve con el audiolibro de Papelucho. Lo que me sorprendió, pues se oía todo, es que ese primer Papelucho era un diario de vida. Yo no recordaba ese detalle que no es un detalle pues recuperé en mi libro Los nombres propios, un diario de vida que escribí entre mediados de 1990 y 1991, y que no me cabe duda estaba inspirado en esa lectura mía del libro como a esa misma edad. Con la distancia de veinte años claramente Papelucho era un niño escritor, cosa que yo siempre quise ser, o fui, y pensar en él ahora siéndolo me conecta con la razón de hacer lo que uno hace bajo ese nombre. La soledad, la tristeza, la impotencia, el no poder decir o hacer lo que uno tanto quiso. Esa es para mí la libertad de Papelucho que me es un libro triste, de un niño que no puede más con el mundo de afuera y tiene que inventarse uno dentro que sea infinitamente más amable, más humano. Recordar la infancia es recordar las palabras con que la asociamos, los apodos, los nombres de los juguetes y ciertas marcas, los carteles o cosas que uno miró, comió o le dijeron. Papelucho es ese libro con tapa rosada que se desarmó de tanto uso y es a la vez una vida que hoy parece prehistórica.


¿Qué lugar atribuyes a Papelucho en la literatura chilena?

Papelucho es la infancia de cualquiera de los poetas de hoy. Es Neruda, Parra, Lihn, Zurita, Bolaño, Lemebel, Antonio Silva, Pablo Paredes, Diego Ramírez. De hecho, es el niño que en la escritura halla un medio para cortar con el mundo, renunciar a él, luego, para conectar con otras personas secundarias en el relato pero que él invierte en importancia. Hechos banales se convierten en aventuras únicas y todo lo que no dice, pero se presiente de Papelucho lo hacen más cercano a un alumno de los talleres queer de Moda y Pueblo que a los de la Municipalidad de Providencia. La saga de Papelucho es nuestro Harry Potter sin varita pero con palabras mágicas. Representa la posibilidad de un mundo mediante la voz de un niño que no alcanza los diez años que probablemente se haya asustado con los niños de la novela social contemporáneos a su época de escritura, es decir, mediados de los cincuenta, pero que aun así se desclasa y le parece más valiente y hermoso lo que está en peligro que lo que nadie moverá sin violencia.   

 

¿Qué dudas te deja este personaje? ¿Qué más te habría gustado saber de él? ¿O acaso se agotó en los libros ya publicados? ¿Crees que ha envejecido o sigue conversando con la actualidad?

No me cabe duda de que Papelucho vive la homosexualidad como se suele vivir a esa edad, con miedo, con culpa, con la ansiedad de querer expresar, de sentir, algo que no se sabe cómo. Si Marcela Paz no quiso publicar el primer tomo por hablar de la separación matrimonial de los padres del personaje es elocuente que otros temas tampoco pudieron ser narrados pero sí insinuados, y esa es parte de la vitalidad de Papelucho. Sus preguntas siguen siendo las nuestras, sus secretos y su entusiasmo. Evidentemente uno pudiese imaginar más libros de la saga en una relación más contingente con la política pero hubiese perdido la inocencia que se perdió en la realidad. Papelucho es un niño de otro tiempo y ese otro tiempo es el del mundo donde los adultos tenían todo el poder y el acceso a ese mundo. El menor de edad era un subordinado total como lo han sido siempre los pobres, los homosexuales, las mujeres, los migrantes, de allí que haya conectado con estos imaginarios, por ejemplo, Domitila, la empleada de la casa y su fiel compañera, o Buzeta, el mecánico. Incluso en su relación siempre horizontal con los animales. Las condiciones históricas de Papelucho son diferentes el día de hoy pero las problemáticas que las sustentan son las mismas. En esa bisagra entre la clase media, que es la de la familia de Papelucho, y la educación, la moral, la economía hay una lectura interesante de cómo cierta clase acomodada se vio obligada a renunciar a ciertos privilegios que Papelucho denuncia sin proponérselo.

 

¿Qué Papeluchos podrían escribirse en el Chile del siglo XXI?

Hace poco tiempo apareció Papelucho gay en dictadura de Juan Pablo Sutherland que si bien no es una narración al estilo de la saga, sí enmarca un tipo de personaje que creo dialoga con este niño sensible posiblemente no tan heterosexual como hubiesen querido sus padres. Tentar un Papelucho en el siglo XXI se me hace difícil pues como decía antes representa un mundo que ya no existe como tal y si hubiese que imaginar uno sin duda lo pensaría hacia el futuro cuando ya no quede nada. Un Papelucho en la ruina ecológica, después de una gran guerra, cuando los humanos de los que él huyó por insensibles sean los únicos sobrevivientes con los que pueda hablar. Papelucho y Greta Thunberg no se me hacen tan lejanos. Por el contrario, se trata de una conciencia honesta que con todo el natural individualismo de quien descubre el mundo no quiere que se acabe. De otras formas, en este presente se me hace absolutamente imposible.


Si has publicado algún libro, ¿sientes que te ha inspirado? ¿Lo has citado o emulado?

Insisto en que Papelucho fue un niño homosexual y un poco de esas vivencias mías están presentes en Los nombres propios. Un niño homosexual que escribe, un diario, poesía, historias, cartas: un secreto que es como comienza el libro de Marcela Paz, y también el mío. Papelucho es el secreto. En su nombre se esconde una lucha. Papelucho es un arquetipo de una libertad que sigue no importándole a nadie. Si hoy se pudiese hacer un índice de lectura en redes sociales muchos seríamos los que nos apuntaríamos con un #yotambienfuipapelucho.

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