Papelucho y tú (2020): entrevista de Alberto Fuguet a HH
¿Recuerdas a qué
edad leíste por primera vez a Papelucho? ¿Cuál fue?
Hay que pensar que mis siete años
son justamente en 1987. Lo recuerdo porque el premio que tenían los que
aprendían a leer en primero básico era leer en segundo Papelucho, que se
nos aparecía como el libro del que todo el mundo hablaba. Algunos niños de
cursos mayores nos contaban historias apócrifas de Papelucho, como que había
venido de visita al Regimiento Buin que estaba frente a mi escuelita en lo que
aquel entonces era Conchalí, hoy Recoleta. Yo no sabía si ellos se las creían o
era parte de una broma de la que todos éramos parte. Uno de mis compañeros me
dijo que Papelucho se corría la paja. Yo no sabía qué era eso y me imaginé algo
así de que se había ido al campo. Sea como sea, una vez que lo leí me fascinó.
Un niño sin adultos que tenía la libertad del abandono que muchos de nosotros
también teníamos. Los fines de semana, por ejemplo, o en vacaciones podíamos
salir de casa en la mañana y no regresar hasta la tarde. Jugábamos en calles
desconocidas, almorzábamos donde nos pillaba el hambre y alguna de las mamás de
los amigos nos sentaba a la mesa sin siquiera preguntarnos si queríamos comer.
Ese es el mundo de Papelucho, el último mundo que fue así nos tocó a nosotros
al menos en Santiago. En los noventa las cosas cambian. Aparecen los teléfonos,
los videojuegos, el cable y ya casi ninguno de los amigos quiso salir más.
Ahora había que ir a mirar por la ventana para que nos invitaran a jugar con
ellos. Entre los pobres se comienzan a notar los más pobres que siguen siendo
los niños que están en la calle dando vueltas. En esa nueva época ya no existe
la vida silvestre que tenía Papelucho, que no era pobre, pero quería vivir así,
salvaje y con todo lo que pudiera llevar en sus manos. Leí Papelucho
“solo” como se le decía en aquel tiempo en que los libros se compraban usados
en la feria. Sabía de algunos otros tomos de la colección pero eran
inaccesibles para nuestro bolsillo familiar. Yo era más como uno de los niños
del internado más que uno de sus primos.
¿Puede un adulto
volver a leer Papelucho? ¿Se puede descubrir algo en esa lectura
que no se detectó siendo niño?
Hace un par de años viajaba a
Chillán y una madre, como de mi edad, desde su teléfono le puso los audífonos a
su hijo de unos ocho o nueve con el audiolibro de Papelucho. Lo que me
sorprendió, pues se oía todo, es que ese primer Papelucho era un diario
de vida. Yo no recordaba ese detalle que no es un detalle pues recuperé en mi
libro Los nombres propios, un diario de vida que escribí entre mediados
de 1990 y 1991, y que no me cabe duda estaba inspirado en esa lectura mía del
libro como a esa misma edad. Con la distancia de veinte años claramente
Papelucho era un niño escritor, cosa que yo siempre quise ser, o fui, y pensar
en él ahora siéndolo me conecta con la razón de hacer lo que uno hace bajo ese
nombre. La soledad, la tristeza, la impotencia, el no poder decir o hacer lo
que uno tanto quiso. Esa es para mí la libertad de Papelucho que me es
un libro triste, de un niño que no puede más con el mundo de afuera y tiene que
inventarse uno dentro que sea infinitamente más amable, más humano. Recordar la
infancia es recordar las palabras con que la asociamos, los apodos, los nombres
de los juguetes y ciertas marcas, los carteles o cosas que uno miró, comió o le
dijeron. Papelucho es ese libro con tapa rosada que se desarmó de tanto
uso y es a la vez una vida que hoy parece prehistórica.
¿Qué lugar
atribuyes a Papelucho
en la literatura chilena?
Papelucho es la infancia de
cualquiera de los poetas de hoy. Es Neruda, Parra, Lihn, Zurita, Bolaño,
Lemebel, Antonio Silva, Pablo Paredes, Diego Ramírez. De hecho, es el niño que
en la escritura halla un medio para cortar con el mundo, renunciar a él, luego,
para conectar con otras personas secundarias en el relato pero que él invierte
en importancia. Hechos banales se convierten en aventuras únicas y todo lo que
no dice, pero se presiente de Papelucho lo hacen más cercano a un alumno
de los talleres queer de Moda y Pueblo que a los de la Municipalidad de
Providencia. La saga de Papelucho es nuestro Harry Potter sin varita
pero con palabras mágicas. Representa la posibilidad de un mundo mediante la
voz de un niño que no alcanza los diez años que probablemente se haya asustado
con los niños de la novela social contemporáneos a su época de escritura, es
decir, mediados de los cincuenta, pero que aun así se desclasa y le parece más
valiente y hermoso lo que está en peligro que lo que nadie moverá sin
violencia.
¿Qué dudas te deja
este personaje? ¿Qué más te habría gustado saber de él? ¿O acaso se agotó en
los libros ya publicados? ¿Crees que ha envejecido o sigue conversando con la
actualidad?
No me cabe duda de que Papelucho
vive la homosexualidad como se suele vivir a esa edad, con miedo, con culpa,
con la ansiedad de querer expresar, de sentir, algo que no se sabe cómo. Si
Marcela Paz no quiso publicar el primer tomo por hablar de la separación
matrimonial de los padres del personaje es elocuente que otros temas tampoco
pudieron ser narrados pero sí insinuados, y esa es parte de la vitalidad de
Papelucho. Sus preguntas siguen siendo las nuestras, sus secretos y su
entusiasmo. Evidentemente uno pudiese imaginar más libros de la saga en una
relación más contingente con la política pero hubiese perdido la inocencia que
se perdió en la realidad. Papelucho es un niño de otro tiempo y ese otro tiempo
es el del mundo donde los adultos tenían todo el poder y el acceso a ese mundo.
El menor de edad era un subordinado total como lo han sido siempre los pobres,
los homosexuales, las mujeres, los migrantes, de allí que haya conectado con
estos imaginarios, por ejemplo, Domitila, la empleada de la casa y su fiel
compañera, o Buzeta, el mecánico. Incluso en su relación siempre horizontal con
los animales. Las condiciones históricas de Papelucho son diferentes el día de
hoy pero las problemáticas que las sustentan son las mismas. En esa bisagra
entre la clase media, que es la de la familia de Papelucho, y la educación, la
moral, la economía hay una lectura interesante de cómo cierta clase acomodada
se vio obligada a renunciar a ciertos privilegios que Papelucho denuncia sin
proponérselo.
¿Qué Papeluchos
podrían escribirse en el Chile del siglo XXI?
Hace poco tiempo apareció Papelucho
gay en dictadura de Juan Pablo Sutherland que si bien no es una narración
al estilo de la saga, sí enmarca un tipo de personaje que creo dialoga con este
niño sensible posiblemente no tan heterosexual como hubiesen querido sus
padres. Tentar un Papelucho en el siglo XXI se me hace difícil pues como decía
antes representa un mundo que ya no existe como tal y si hubiese que imaginar
uno sin duda lo pensaría hacia el futuro cuando ya no quede nada. Un Papelucho
en la ruina ecológica, después de una gran guerra, cuando los humanos de los
que él huyó por insensibles sean los únicos sobrevivientes con los que pueda
hablar. Papelucho y Greta Thunberg no se me hacen tan lejanos. Por el
contrario, se trata de una conciencia honesta que con todo el natural
individualismo de quien descubre el mundo no quiere que se acabe. De otras
formas, en este presente se me hace absolutamente imposible.
Si has publicado
algún libro, ¿sientes que te ha inspirado? ¿Lo has citado o emulado?
Insisto en que Papelucho fue un
niño homosexual y un poco de esas vivencias mías están presentes en Los
nombres propios. Un niño homosexual que escribe, un diario, poesía,
historias, cartas: un secreto que es como comienza el libro de Marcela Paz, y
también el mío. Papelucho es el secreto. En su nombre se esconde una lucha.
Papelucho es un arquetipo de una libertad que sigue no importándole a nadie. Si
hoy se pudiese hacer un índice de lectura en redes sociales muchos seríamos los
que nos apuntaríamos con un #yotambienfuipapelucho.
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