Agón

 



Dije yo. Las últimas palabras de una conversación es lo que queda de una civilización: las preguntas por su existencia. La sensación de que lo que ha sucedido es un espejismo, un fósil de la realidad. Un extraño presentimiento de que esto ya ha pasado antes, hace unos dos siglos y medio o tal vez cuatro o tal vez nunca. En medio de una noche en el desierto con neblina, a los pies de una montaña que comienza a deshielarse, bajo un árbol del cual suspenden los planetas del sistema solar. Es así. Cada dimensión es el resumen de todas las que también son parte de ella. Cada cosa es todas las cosas que fue y será. Cada palabra es la historia del idioma que envenenó y al cual le dio vida. Hablar es hacer hablar a cada célula, dejar que cada átomo como cada neurona como cada galaxia se aleje o se separe en su rojo, en su azul, en el tono de su sangre. Yo le escuchaba y veía esas ondas sonoras, esas moléculas semánticas como esporas atravesar todo el lugar. Salir de él, salir de la historia, salir de esta página en blanco. No regresaron. Algo desde el más allá del papel está atrayendo estas últimas décadas. Agujeros blancos les han llamado pero no es eso. No son poemas, no son libros ni sumas de poemas ni sumas de libros. Una nueva gravedad cambia al siglo de color. Nuevos soles esperan este amanecer. Es un tiempo de bibliotecas vacías, de museos llenos de polvo, de casas de remates saturadas de gente con mascarillas escarlatas. El arte no ha muerto sino el mundo que el arte le vendió al mundo. Estalactitas de neón. Jardines de fieltro. Cavernas dentro de cavernas dentro de cavernas. El arte nos llevó al origen, se lo agradecemos pero que siga su camino. Acá nos bajamos. Junto al primer hombre y la primera mujer. En su metáfora de volver a nombrar pero sin palabras. Dios los ha expulsado de su laboratorio. No porque hayan desobedecido sino porque mintieron. Ahí nacemos, ahí morimos. Todo lo que funda en realidad pierde fondo. Todo lo que tiene nombre tiene una muerte. El primer hombre produce y la primera mujer reproduce. Ese es el futuro de la humanidad, no ahora, sino cuando decir humanidad sea un recuerdo y no un porvenir. La literatura piensa en sí misma y no quiere morirse pero ya es tarde. La ficción ha sido descubierta. Todo se disuelve, todo explota, todo se expande. Cuando supe que el Universo se moría yo me morí.

Electrodomésticos existenciales, artículos de un tocador algo así son las palabras y lo que no alcanzan a decir. Se llenan de polvo cósmico e implosionan. Se chupan de sentido, naufragan en el mar de dudas de su destino y desaparecen. El lenguaje es habitar y dejar ser habitado, lo más cercano a la humanidad no en términos cuantitativos. Enciclopedias de piel humana viven en una biblioteca imaginaria, en una Alejandría aún en llamas, el fuego eterno. Lenguas ígneas bajando desde el cielo con un mensaje cifrado en cuatro dígitos, cuatro estados de la materia. Prostíbulos, manicomios, hospitales y cárceles. Allí radica un secreto dividido en cuatro secretos. Se habla de ellos pero no se les deja hablar. La superposición y las cuerdas o la luz de la velocidad de la luz y la partícula de Dios. Todo está allí. En cada rincón ocurre un Big Bang que no vemos porque no accedemos a lo universal del Universo. Nos aquietamos con la imposibilidad de lo común, de lo idéntico, de lo que no existe. Espacios, eriazos, territorios, lugares donde se quiere guardar algo pero no. Solo páginas en blanco guardadas en un sobre gris. Debajo de un mueble lleno de libros. En un cuarto debajo de un árbol. En medio de una noche estrellada. Yo sueño con manchas. Se me aparecen al meter la cabeza bajo el agua fría y luego se convierten en ideas. Ese es mi secreto de trabajo. Congelar mi cerebro, suspenderlo de su actividad diaria, concederle una glaciación para que dé el salto cuántico, la palabra exponencial, el coeficiente de la paradoja. Manchas y siempre manchas. Será un universo, serán miles de universos, serán millones de universos. No lo sé. Bailan, ríen, se toman los dedos y dan brinquitos. Es un ritual neuronal. Una algarabía que pocos entienden. La historia no es la historia de los hombres sino la historia de las veces que hemos dejado de serlo. Todo lo que ha sucedido es un punto, mi vida y el Cosmos y eso seremos nuevamente. Unidos el sol y yo. Partículas de sinsentido, moléculas de la belleza de la desintegración con el todo. Eso es. Ser.

Esporas que viajan a través del Cosmos con información genética. Niños que dibujan árboles de otros mundos. El secreto es fungi, ni animal ni vegetal. Materia gris en la naturaleza. Croquis de niños que hablan con otros niños y todos somos hongos. Telepatías entre el amanecer del día y el del mundo. Todo lo ordinario se hace extraordinario y viceversa. De eso se trata este café. De eso se trata esta conversación repetida en los universos posibles. No tengo recuerdos y no me gustan. Todo nace. Todo vibra. Todo brilla. Función de autor a lo sumo. Escribir las semillas que atraviesan los escaparates, las usinas, los transbordadores espaciales. Una taza de café es el lago de los cisnes y el Estigia. Una taza de café es donde van a dar los muertos después de hablar de ellos. Tengo miedo a que alguien me recuerde. Me arrepiento de todo lo contrario que he hecho en este sentido. Muchos niños de cientos de años no vuelven a nombrar a quienes ya se hicieron de colores. No se lo vuelve a llamar. No se interrumpe su viaje por el arcoíris, por el afecto doppler. Tengo miedo a leerlos y que habiten en mí. No quiero que sueñen mis sueños ni se lleven mis años para su porvenir. Andrómeda y las constelaciones son nuevos alfabetos. Nuevos signos que desaparecen de la desaparición. Una primera mujer habla de noche porque siempre es de noche. En sueños la hemos visto muchas personas en el mundo. Es la misma que se te acerca y te dice algo al oído. A veces creo que no hay más mundo del que podemos imaginar. Y nadie imagina nada sin palabras. A veces creo que Cartago no debe ser destruida porque alguien viaja desde ahí. Trae una carta para el futuro. Los siglos se ensañaron con los milenios y toda el agua se hace aire en algún momento de la eternidad. Los nombres de los vivos, los muertos y las ciudades destruidas nos son ajenos. Un agujero blanco se acerca a toda velocidad por esta calle. Nadie lo ve pero luego no entienden nada. De eso se trata esta conversación. El vapor del café que llega al baile de las placas tectónicas. Una anciana habla. No. Son sus huesos que se han convertido en una negra piel. Ella misma es la carta. Ella lo es.

Uno sueña con lo que los ojos oyen de la eternidad. Los sentidos son uno solo: la sinestesia. Aparece y desaparece lo que siempre ha existido. Lo que nos verá morir. Lo que dejamos atrás como probabilidad de colores. El mundo es un sueño de alguien del Universo que canta. Cada posibilidad de irse es una existencia con la que los niños sueñan durante décadas. Todo está lleno de todo. Los dioses de dioses. Las personas de personas. Los animales de animales. Los libros de libros. Leer es la metáfora de entender. La revelación del otro en uno mismo y uno mismo en otro. Manchas de inconsciente y letras que se hacen cuerpo para dejarse habitar. La historia de las letras es la historia de las huellas de su afectación. Cabezas de vaca, casas, ojos, colas de monos, serpientes. Cada alfabeto es un circo de cabeza. Los cuatro temas literarios son tres: transformarse y transformar. El jardín genético es la primera explicación; su expulsión, la creación de la conciencia. Todo es holograma. Todo es sagradamente holograma. Son los sueños y la escritura. Es el Cosmos y los ojos que iluminan lo que leen. Uno se reencarna en todo lo que dejó pendiente. La respiración, la entropía, el alfabeto de la vida. Sí, un circo que desaparece lentamente. Un panal de larvas semánticas donde se incuba el ADN de la mentira. Drones bioquímicos que cruzan el cielo siguiendo los meridianos y paralelos. Es la información y su guerra. La violencia de lo que no es sagrado de los libros.

Un teclado universal. Un teclado con todas las lenguas que han lamido el polvo de la creación. Huellas dactilares sobre las huellas de la civilización. Reliquias sobre reliquias. El monumento de todas las ruinas resplandecientes. Monitores, cartas, ventanas. Todo lo que brilla desaparecerá. Todo lo que brilla es coleccionable y tiene un dios adentro. Uno escribe para salvar el mundo momentos antes de destruirlo. Luego todo es cortocircuito. Caída de dientes y pelo. Fin del software. Cada alfabeto es una letra, un país, un color en un mapa aplanado por la gravedad y la materia. Yo creo que la verdad es un punto en una línea imaginaria que termina encontrándose a sí misma. Tautología geométrica. Horizonte y fuga. Algo hay de imposible en que las cosas sean idénticas, comunes, iguales. Algo hay de trampa en la moral de que así sea. El mundo no me afecta si yo no dejo que me afecte. Creamos lo que vemos y al cerrar los ojos todo aparece en todos los puntos posibles de la realidad. El vacío entre los bordes de cualquier cosa es justamente lo que la hace cosa. Eso es vivir. Morirse es convertirse en olas de un mar de alguna luna. Nadie nos ha enseñado eso pues lo sabemos desde siempre. Los misterios no se heredan, se encarnan. Los espíritus de quienes leemos somos nosotros mientras los leemos. No es misterioso acaso que el fuego siga siendo nuestra modernidad y nuestra prehistoria. No hay tiempo. No hay cadáver que sea exquisito sí conmovedor. No hay fantasma que quiera hablar por teléfono. No hay cables ni satélites ni fibras dentro de los ojos. Lo que observo es lo que detengo para creer que existe. Para ponerle un nombre y señorear. El Big Bang sigue expandiéndose tal como su primer día. Todo se aleja y todo se separa. Las galaxias, las personas, los dedos sobre un teclado, sobre el papel, sobre lo que se parece a sí mismo. Sí, una isla. Eso es, una isla-continente llamada 47L4N.

Los accidentes geográficos ocurren en la lengua. Las montañas y los archipiélagos son recovecos del cerebro. Neuronas fugaces, volcanes plasmáticos. El viajero es el que proyecta los eclipses sobre los signos blancos. Lagunas del Universo donde se olvida todo lo que muere. Día a día. Dimensión a dimensión. La isla-continente se mueve al igual que las especies. Nada se detiene. Lo que deja de moverse deja de existir. Los sistemas danzan como laberintos. Los órganos abren surcos para las semillas con las cuales nuevos árboles serán nuevos libros para el porvenir. Bosques en los soles para que nadie más sueñe con los ojos cerrados. Riachuelos atiborrados de siglos que nadie vivirá. Es el silencio. No se habla. No hay torbellino entre una letra y la otra. Las consonantes son de tierra. Las vocales son de aire. El hálito del Cosmos es de fuego y nosotros agua. Crujen cataratas microscópicas. Ondulan etéreas las anémonas. Música, los elementos son música. Los paisajes se oyen hacia adentro de los huesos. Es su ley y su espanto. Miríadas de fantasmas sangran una sangre gris que no es gris. Es solo uno que baja por una escalera del tamaño de la noche. Trae un espejo en la mano. Es el espejo negro.

Palacios que aparecen y se escabullen entre los árboles. Palacios que se dejan arrastrar por los riachuelos. Palacios que se miran al espejo y cantan en lenguas muertas que se amontonan detrás de él. Desde los tiempos contrarios a este cabalgan los bosques a su encuentro. Huele a algo abierto, inconcluso a través de los siglos. Cada uno esperando en una cama la muerte o el nacimiento del otro. Horizontal es el mundo para los que se convierten en línea cuando acaba la luz. Su imperio que se acaba a pedazos. Los hijos de los hijos que cosechan cerebros en unas estacas. Son los signos de la época pero la época no tiene signos. No hay nada que sea parte de algo y camine de regreso a su casa. Habitar es salirse del tiempo. No domeñarse ante el enloquecimiento de la razón. A los espejismos les llama paisaje y a las piedras, pan. Lo que refleja es porque debe dejar de existir. Tiene las partículas contadas. Observadas por alguien que comienza a cerrar los ojos. Mariposas son. Eso dicen. Mariposas que revientan en el aire manchando todo de semen. Es el perfume de lo que muere y es un río. Un laberinto con miles de personas con el idéntico rostro de las olas del mar. Había que perderse. Había que adivinar. La voz interior se escapa de todo lo que puede nombrarse. Es el modo en que la sangre sigue su rumbo sin mirar atrás. Palacios hechos de membranas que se deshacen al pasarles la lengua. Todo se repite por primera vez.

Una pared de sal. Un monumento a las huellas. Olas y olas de un mar que se eleva cantando. Alguien camina en el fondo del océano. Observa los pájaros que pasan a su alrededor. El mar y los sueños. Lo que se hunde en el ojo del tiempo. Los cadáveres semánticos que caen por las uñas al escribir. Todo se chorrea de esquirlas. Cartas viajan sobre los países y nadie las ve. Nadie quiere leerlas. Los barcos son ballenas muertas que hablan por telepatía. Es un paisaje de la mente. Lo sé y no llego hasta allá. Abro libros con algas y las algas abren otros libros. No tenemos raíces porque el bosque es imaginario. Esas montañas a lo lejos están muertas y lo que vemos de ella es su oscuridad. Tampoco es un río sino una vena que acaba de estallar. Eso que brilla allá arriba es una puerta. Nadie cruza a la velocidad de esos postigos. Puentes. Tal vez. Escaleras. Tal vez. Una escena de una película que una vez nadie vio. Es mi mente y sus paisajes. Es lo que vive detrás de mis ojos. Son puntos de colores que se conectan cada milenio. No soy yo. Somos uno que florece en su jardín genético. Es él. Un flujo. Un pliegue. Una sensación. Las llamas de un faro que se quema. Los barcos que regresan para lanzarse al fuego. Los libros dice alguien. La península se hunde con los brazos abiertos. Las dudas de una historia. El fracaso de su geografía.

Es otro paisaje pero quizá el mismo. Son otras personas pero quizá sea yo recordando el porvenir. Es cierto. Es el mar y sobre él algo flota. El profeta de alguna ballena que canta en lenguas muertas. La telepatía de un delfín que habla a solas con el más allá. El tercer ojo del narval atraviesa al cadáver de algún cielo que brilla ahí arriba. En el puerto los hombres se arrojan sobre los fantasmas que pasan. Pareciera ser que huyen de una plaga espacio temporal. Un virus. Dicen que son instantáneas de algo que no tiene instantes. El único color que existe es el blanco y negro. Por la escala de grises suben y bajan ángeles cargando reliquias de la historia natural. Privatizan la intimidad escatológica. Se adueñan de las vibraciones al soñar. El héroe derriba los cerebros que encierran su nombre. Es una trampa les explica. Es un modo de morir sin morirse nunca. Unas trompetas suenan de repente. Las cabezas de los ángeles ruedan por el suelo. Todo lo que sube tiene que morir. Es una ley termodinámica. Todo lo que muere se cambia de mundo con los mismos ojos. Raíces, esporas, cuerpos de luz. Se escribe para no olvidarse de que hemos abandonado las infinitas posibilidades. Observar es naufragar. Una letra es un mapa. Las cabezas aún hablan. Con su voz miden cuántos serán los días que permanecerán cayendo. Una tienda de enseres infinita por donde todo pasa y todo se queda. El capital tiene sueños. El barco es el origen de toda guerra. El mar es el Cosmos y se viaja a través de él. Es así. El tiempo solo se siente de cabeza. Estamos en un mundo que es todos los mundos. Ruinas, reliquias, recuerdos grabados en los cristales de colores de la guerra. Todo lo que alcanza una mano desaparecerá en otras casas. Se retorna al primer día de la revelación. Debajo de la sangre está el secreto. En ese olvido.

[del libro OIIII (RIL, 2020)]


Aquí el libro

Comentarios

Entradas populares