HYPOMNEMATA: Teoría del cuaderno
Qué es un cuaderno
sino el espíritu de un libro. Un cuaderno como el cuerpo vivo de la muerte de
la literatura. Un cuaderno que habla más que quien escribe ahí, que oye, que
palpa la mano que lo roza. La caída de la torre de Babel solo puede escribirse
en miles de cuadernos como las fotografías de una catástrofe luminosa que le da
al tiempo el carácter de destino. Cuadernos hechos de huesos, de piel, de
tripas secadas al sol del sol en medio del Universo. El cadáver de los bosques
imaginarios, la ceniza del aire que se respiró. Una casa, un idioma. Eso es un
cuaderno. Una eternidad que debe incendiarse. Aprendimos a escribir en
cuadernos y en cuadernos escribiremos las últimas palabras, las últimas frases,
las últimas letras de esa lengua que regresa al punto donde no hay origen,
donde no hay primera fricción.
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La infancia es esa
ficción derivada. Un lugar en la lengua. Volver es irse con los muertos.
Escucharlos, ver como las oraciones pasan debajo de sus pies y les hacen
cosquillas. Llueve donde nada existe. Llueve y por eso se puede escribir.
Siempre es de noche cuando la palabra es luz. Los sueños son cicatrices en la
sangre. Toda casa es grande cuando grande es el porvenir. Un libro es ese lugar
en la lengua, pero la lengua que nadie más hablará. Se oyen los colores cuando
no había. Los sabores semánticos del lenguaje. Todo libro es este retorno a un
porvenir que no viene, que tampoco va sino que está siendo escrito. Eso lo hace
cuaderno, y no poema, y no novela, y no ensayo, pero sí.
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Solo un mundo
donde ya no hay nadie merece ser nombrado. El último poeta es el primero. Cada
rincón del silencio es donde los amantes se deben a su pequeña muerte. Los
detalles de ese viaje son la revelación. Bitácoras de lo que se separa y se
une. Crónicas de los instantes de eternidad. Escribe el que no regresará.
Escribe quien es su propio viaje. La palabra es la imagen de lo que no tiene
sonido ni luz. Se escribe un libro brillante sobre el opaco fin de nuestro
presente. Había que ser parte de él en su fuga y su fulgor. La poesía es un
ticket de regreso del infierno. El infierno somos los otros.
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Un padre, una
madre, piel. Órganos para recordar, para extender un presente en las manos
juntas. Excusas para que los espectros salgan del pecho. Todo mito es sobre
uno. La voluntad de que cada sueño no sea un sueño. Mueren los países y las
épocas en las cocinas donde hay vapor. Cocinas de la humanidad donde el tiempo
huele como las fotografías. Niños mirando a otros niños colgados dentro de un
ojo de cristal. Sepias sensaciones al ver los mapas que hacen los pájaros.
Hojas que comienzan a desprenderse de las placas tectónicas. Gatos y caballos
que saltan desde sus puntas quebradas para hablar, para escribir un libro que
también se destruye entre las manos.
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Heridas en esa
piel que no es de piel. Llueve sobre el papel acariciado. El color de su soma,
la respiración a través de sus esporas lingüísticas. Alguien lo percibe,
observa y murmura. Un poema siempre figura un lugar donde abandonarse. Habitado
y en fuga por las calles donde fue escrito. Casualidades del tráfico nocturno
del paraíso. La transfiguración de los nervios. Se escribe con cada átomo de la
espalda como si se fuera camino a Troya. Todo cuerpo es una guerra a muerte y
la victoria ralentizada. Ahora bien, es cierto. La muerte es la última
oportunidad de hacer algo verdaderamente artístico.
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Toda historia es
la suma de las situaciones que permitieron que sucediera, pero también de las
que quedan fuera del recorte, del encuadre, del relato. Ahí trabaja el poeta,
en esa zona muda de los sentimientos, de lo que debe ser y no es. Acaso el mito
no sea eso mismo. Hablar en el presente de una vida y que esa vida sea la de la
humanidad es la que nos recuerda justamente eso, la poesía como mito, las
palabras y pulsiones que el logos dejó fuera, que no quiso, que atemorizó.
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La historia más
que nunca hoy pareciera ser una suma de accidentes de todo tipo. Algo así en
tanto el presente como un exabrupto del tiempo. Una acumulación de sucesos de
distintas épocas en esta: apoltronadas, superpuestas, hacinadas. Así estamos
leyendo el mundo. Así estamos siendo leídos por un futuro que seguro nos odiará
más que como nos odiamos nosotros en el presente. Nuestra dulce catástrofe. De
algún modo nuestros únicos vestigios serán las ruinas no de las ciudades sino
de la geografía. La geografía es la propia humanidad que ha decidido partir de
casa. Lo que de fondo quiero decir es que todo accidente histórico es
geográfico.
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Qué hemos escrito
a lo largo de estos últimos milenios. Leemos sobre faraones felices con sus
semillas o de sacerdotisas que invocan a sus dioses como si fueran sus amantes.
Poderosos reyes en busca de la inmortalidad y muchachos silvestres con los
secretos de la noche. Mujeres enamoradas inmolándose en el fuego, hombres
atribulados por la muerte y el adiós. Insistimos en la inmortalidad de esas
pasiones, de esas angustias, de esos miedos, de esas esperanzas. Los poemas de
hoy dicen lo mismo porque seguimos siendo los mismos. El mundo ha cambiado pero
no cambia. Los cuerpos no se han modificado mayormente, vivimos en cavernas
alrededor del fuego, comemos y nos vestimos de animales, digerimos mejor
gracias a plantas y vegetales, el agua es indispensable, el aire y el mito que
une lo común con lo que está más allá.
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La belleza qué es
sino la contemplación de lo que desaparecerá. Amamos lo que va a morir. Nos
aferramos al tiempo que quedará después de una partida. Eso es la eternidad. Un
cadáver nos recuerda lo que somos. Los minerales y secreciones de donde venimos
y hacia donde va toda la humanidad. Se dice que la poesía nació frente a un
cuerpo muerto, en ese límite sin palabras en un mundo casi sin palabras. Qué
decir, qué no se dijo, que se dirá. La obscenidad de regresar a la vida
cotidiana luego de un funeral. De volver a ir al supermercado, de tomar el
metro, de ir a comprarse ropa. La madre muerta no muere. Se convierte en uno
para bien o para mal. Un sueño que tiene poder, una voluntad, una posesión. La
madre es el lenguaje.
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Se habla de
soslayo con los muertos como mirándolos desde otra garganta. No hay pasión más
irrefrenable que la de las olas, el sudor de las orillas, el deseo de retornar
en alguien. Ángeles a lo largo de las costras y es el lenguaje en toda su
erección. Los edificios sangran células muertas. Partidos musculares de pie.
Los huesos refulgen en las camas de los sustantivos y todo se recuesta sobre la
línea del horizonte.
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Es de noche en la
noche de las palabras. Estoy en la herida del comienzo. No digo el vacío. No
digo el silencio. Todo está repleto de todo. Desatados los paisajes como
colchas sobre estas manos que no cesan. Buscan sombra. Buscan sangre. Buscan el
aire que recuerdan. La escritura en los pájaros que es siempre un libro. Leer
es crear una soga que termina en ceniza. Cae el tiempo sobre esta noche. Hablo
para no caer. Escucho a quienes se quiebran acá dentro y me susurran que la voz
es siempre mancha. Callarse. Callarse los colores.
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El deseo de
escribir el primer silencio. El deseo de que muera una década y media. El deseo
de todo libro a ser el mar. El lector es un testigo falso que mira al inculpado
y respira. El origen del origen. El semen onomatopéyico de la eternidad. La
poesía, ese molusco en forma de nube. La poesía, ese nogal dentro de los
párpados. La poesía, ese faro en medio del desierto.
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Las figuras
literarias son poses del lenguaje. Encuadres ante un observador que determina
el nombre de cada movimiento. Figurar es aparecer, estar dentro, ser escrito.
Los tropos tectónicos: la rotación de las alegorías, la traslación de las
hipérboles. Un origen que nombra su propio fin. Una semilla que se convierte en
un mueble de madera. Las palabras viven su apariencia, hacen creer en lo que no
creen. Manchas y aberturas. Se nace como las palabras. Sin esperanza pero sin
miedo a terminar dentro de las repugnantes paredes de un libro del tamaño del
tiempo. Tempo, opus, espejo.
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Letras quedan en
silencio, palabras pasan al desuso, frases se extravían en otras lenguas y las
páginas se convierten en países microscópicos para el reino que señorea la vida
en la Tierra. Los seres humanos somos un remanente y las circunstancias que nos
atraviesan no son más importantes que la de las flores o las nubes. Lo que
quiero decir es que a la poesía verdaderamente no le interesa lo humano sino
justamente todo lo que no es, o por cierto, lo que la une a ciertas cosas de
entre las cuales como especie somos las menos interesantes.
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Una vaca es el
universo. El universo es la infancia y una cabra. Las constelaciones son el
jardín donde todo comienza. Como los poemas. La felicidad siempre florece. Los
perros rodean lo que se convertirá en hueso y cantan. Las ciudades se fueron a
dormir. Nadie las oye. Una de ellas nos escucha desde fuera pero no le creas.
Un muerto sabe y también canta. Siego y miro el aire. Los elementos suceden.
Los elementos lingüísticos de un pensamiento vacío. Hablo como si latiera.
Levantaría cada una de estas letras en holocausto. Las daría de comer a estos
ojos que nos miran. Brilla la noche y nadie duerme. Niebla es el mundo sin la
niebla.
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Qué es el insomnio
del mundo sino el sueño de la poesía. El más allá del más allá dentro de los
ojos que leen un libro que no es uno. El viento ardiente y caballos a través
del cielo. Es la mirada en esta noche de horizonte. Todo lo que digo es página.
Página a página cabalgando hablo. Mi mano en los filamentos de un bosque y el
nombre de cada flor. Leo cada poema como si fuera yo ese eco inexacto. Ser
distancia y la sangre dice. Algún latido. Terral. Qué es un rostro frente a un
libro. Cuántas letras. Cuánto olvido. El sol es una sombra mañana. Las gallinas
picotearán el universo.
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Los libros son
piedras vacías para destruir los jardines quemados. Las llamas se elevan sobre
la escritura. Algo se desprende y va por ahí en paz. Es la infancia y sueña. Es
la infancia la que sueña con un epitafio. La vida de nadie. Los caballos. Los
huesos de la cara que un niño ciego toca a las ballenas. Las ciudades ya no
existen y todo lo que desapareció no volverá a cambiar de color. Otra será tu
gloria. La de este cielo que nos llama.
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La historia de las
migraciones es la historia de la humanidad. No hay casa que no sea casa del
mundo, al menos por un instante. Las fotografías son miradas sobre lo que
perdemos y habitamos en el poema como habitamos en el universo. Apoltronados,
superpuestos, hacinados. La poesía solo es posible cuando ya no queda nada. El
poema es testigo de algo que desapareció y no volverá. Ese es un estado del
arte. Es desde donde se puede comenzar a hablar. A escribir. A ser parte de
algo de lo que nunca existió. No nos perdimos sino que no encontramos el camino
a casa, a la casa de la casa, al río del río y al cielo del cielo. Habitamos en
el lenguaje y en lenguaje soñamos. Cagamos lenguaje y lenguaje eyaculamos con
las manos frías de recuerdos.
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He pensado tanto
en la poesía, en los mundos interiores y lo que le rodea, en las vidas que hay
entre los átomos y las galaxias. Pasan los años, las décadas, los siglos y
algunos poemas siguen ahí. Otros desaparecen o mejor dicho se transforman,
vuelven al polvo o se convierten en semillas de nuevos árboles que nacerán. La
poesía como estructura de lo humano y como el tono de lo por venir. Una forma
de pensamiento en el mundo y como lenguaje en el tiempo.
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