Epílogo. Juan Luis Martínez. Pequeña cosmogonía práctica. Análisis, diálogos y relecturas (2024)

 


 

El presente libro ha sido fruto de muchas buenas voluntades y la primera es la de Zenaida Suárez Mayor, que nos convocó a todos quienes estamos aquí. Asimismo, la de Eliana Rodríguez, Alita y María Luisa Martínez, quienes nos han permitido habitar en esta casa que es finalmente la obra de Juan Luis. También, la de Pedro Montes, que ha puesto a disposición todos los materiales que le hemos solicitado. Lo mismo a cada uno y una de quienes han participado en esta obra colectiva desde el Simposio Internacional «Juan Luis Martínez: análisis, diálogos y relecturas», que organizó Zenaida en la Universidad de los Andes en 2019 hasta quienes respondieron a la convocatoria que abrimos en su momento.

Hemos hablado escritores y archivos, familiares y amigos cercanos, críticos y docentes, que compartimos la admiración por esta obra que nos sigue interpelando desde las nuevas aristas de un presente cada vez más incierto, más inestable, más impredecible, tal como la poética sobre la que estamos reflexionando en este libro. Siempre pudimos ser más, sin duda, y la idea es que esta «cosmogonía práctica» siga expandiéndose con nuevos lectores y lectoras, nuevas amistades. Ese es nuestro objetivo final y la portada es una metáfora de esto.

Se trata de una imagen que aparece en El poeta anónimo y que Juan Luis Martínez tomó de un libro de Kepler. En esa constelación la M es la de su nombre en un diagrama, como lo fue el serrucho en La nueva novela, pero también la de la Materia en una fórmula sobre el universo: la materialidad de la propia obra cuando ya el autor material no existe. Como decíamos páginas más atrás, una autoría son, justamente, los materiales con los que se escribe una obra, pero, asimismo, con los que se hace desaparecer. Allí está el programa de la otra mitad de esta poética donde el futuro, es decir, la muerte, escribirá. Así, este libro está flotando en esa noche del porvenir que somos nosotros para él, como ese astronauta en el espacio en blanco de la página o esta letra M de esta multitud reunida aquí. Nosotros somos su cosmogonía práctica. Esa obra arrojada con cariño al mañana.

Aunque pudiese no parecerlo a primera vista, la obra de Martínez está fundada en grandes sentimientos, enormes afectos y claras visiones en torno a la amistad y la fraternidad. Esto es lo que queremos siga primando a pesar de los inconvenientes que hoy puedan parecer alejarnos de este propósito último. En efecto, este es un libro de celebración de una obra y una vida, y todo lo que en ellas era importante debiera serlo también para nosotros.

La dedicación absoluta del poeta a su trabajo literario y a su familia es inclaudicable y en eso no es muy distinto a ninguno de quienes estamos más allá o más acá. Los recuerdos y las ideas se cruzan como las imágenes y las palabras lo hacen a lo largo de la obra de Juan Luis en un todo que siempre es parte de otro todo que se sigue abriendo en el futuro. Martínez nos enseñó que no hay poema terminado ni siquiera en la posteridad. La poesía es una condición natural de la existencia donde todo y nada es real.

Una vida como la suya, sus renuncias y su toma de posiciones nos parecen más pertinentes que nunca. No se trata solo de curiosos objetos y formidables libros, sino también de una ética de la propia escritura que él encarnó de manera absolutamente radical. Juan Luis Martínez deja de ser un mito inalcanzable para ser uno más de nosotros cuando ese nosotros no se trata de personas, sino de las ideas que pueden cambiar el mundo tal como lo quiso él desde lo más adentro y paradójico del lenguaje, el pensamiento y la memoria.

En lo particular, son muchas las cosas que uno podría seguir imaginando, comentando, corrigiendo sobre una obra tan compleja y alucinada. Se me queda en el tintero la intuición, por ejemplo, de que frente a la antipoesía de Parra había que tentar en Chile una «antinovela» como se dio con autores como Michel Butor, Alain Robbe-Grillet o Nathalie Sarraute, que fueron en Francia leídos bajo el concepto del nouveau roman, es decir, la nueva novela. De la cual, Julio Cortázar fue su más cercano interlocutor/interlector tal como lo fue él para el propio Juan Luis.

En la literatura, todos hablamos con todos y en mi propia obra está Martínez por doquier, tal como Pablo de Rokha. Ambos son los poetas que sintetizan toda la poesía chilena y ese gesto se trata de algo mucho más grande que nosotros. Me interesa cómo un autor se puede leer como una autoría colectiva no humana, es decir, un sistema operativo. Estamos asistiendo al nacimiento concreto de un nuevo mundo en el cual el 5G fue un signo tan claro como lo es ahora la IA. Nos guste o no hoy se están enfrentando los lenguajes del siglo XX con los del XXI, pero sobre todo fraguando con los que se leerá este nuevo mundo no en mucho tiempo. La cibernética une lo biológico con lo espiritual, el álgebra y los sueños. De ahí que volver a releer y repensar todo lo que hemos llamado «literatura» desde este extraño presente no es un asunto menor, sino por el contrario, es la primera de las tareas de la poesía que nos muestra Juan Luis.

Los cambios civilizatorios, de paradigmas, epistemes, siempre son cruentos. Una parte del mundo queda atrás y se ve obligada a evolucionar exponencialmente o desaparecer. La otra lo logra y se hace parte de un archivo no humano de saberes y poderes que serán justamente ese nuevo mundo. Lo importante es el factor que somos dentro o, como señalábamos más arriba, esa luz de estrellas en universos que también nacen y mueren, una cosmogonía donde todo aparece y desaparece a la vez incluidos usted y yo. Este libro se suma a los que le anteceden y sucederán, habla y piensa con ellos, tal como lo hace el propio Juan Luis Martínez desde la escritura y la no escritura, desde la incógnita de la muerte y la poesía. Sea como sea, esta M siempre estuvo aquí.

 

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